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De jirafas y otros (futuros) ídolos feministas

No sé yo si la mejor manera de empezar un blog es con un tema mil veces comentado (y ligeramente aburrido, no vamos a engañar a los lectores desde el primer momento) como el del género en español. Que sí, que ya, que se ha repetido por activa y por pasiva que el género masculino puede adquirir valor genérico e incluir a las féminas, que no es una actitud machista, que no supone una defensa de la desigualdad de sexos. Que sí, que ya, que no parece que esto afecte lo más mínimo al discurso de los políticos ni de los “feministas” (“¡The mother of the lamb!: ¿lOs feministas? ¡Vaya aberración!, querrá usted decir lAs”, “pues mire, no, algunO también habrá”) o lo que sean aquellos que se empeñan en decir “compañeros y compañeras”, “amigos y amigas”, “sillas y sillos”, etc.

Pero no me he podido contener. Sucede que, desde “lo del 15M”, me he hecho una cuenta de Twitter. Perdición que no le recomiendo a nadie que tenga cualquier tipo de obligación, ya sea un niño pequeño o un pez naranja, pasando por un trabajo, porque es una afición muy esclava, hay que estar constantemente prestándole atención. ¿Y qué tendrá que ver esto con el género y los feministas? ¡Uy, si yo le contara! Que es lo que me dispongo a hacer, por otra parte. Para empezar, he descubierto que además de la arroba (causante de ese engendro impronunciable, niñ@s), la equis también está de moda para indicar que nos referimos a personas de todos los sexos habidos y por haber: niñxs. Que ni es más bonito ni se pronuncia mejor. Y ni idea de por qué la equis. ¿Por los cromosomas? Todos los humanos y todas las personas tenemos al menos un cromosoma X, (que yo sepa). Pues será por eso. “Igual que ignoro las arrobas”, me dije, “¡pues ignoro las equis!”. No todas, claro. Solamente las que se hayan convertido en núcleo de sílaba, que es una cosa, como mínimo, escalofriante.

No iba mal haciéndoles el vacío a las equis cuando leo un tweet de @acampadasol que dice que el hashtag del día va a ser, cabemostodas, por lo de que personas es femenino y, supongo, así no usamos el genérico ese que tanto nos discrimina a las mujeres. Pienso: “Ya estamos con las tonterías, pero bueno, es normal, viniendo del colectivo que quisiera promover un Om espiritual mundial todos los días a las 9”. (Breve inciso para que no se me malinterprete: yo estoy tan indignada como el que más, pero también como al que más me ha repateado la degeneración de las acampadas en algunos frentes, igual que me han enorgullecen en otros muchos. Pero me estoy yendo por los cerros de Úbeda y no quiero.)

Así que ahí estaba yo, de sábado, muy zen, alejada de tanta tontería que reina por el mundo, cuando, ¡zas!, otro tweet de @acampadasol (todavía no sigo a mucha gente, que soy nueva). Lo reproduzco entre comillas, como debe ser: “Deja el twitter y baja a la plaza, habla con tus vecinas, vamos a escucharnos 😉 madrid.tomalaplaza.net #barriosdespiertos”. ¡El zen a freír espárragos, igualito que cuando oigo a la Aído! ¿Con mis vecinas? Mire usté, mire usté, que esto ya sí es discriminar. Que no hay forma de que esto incluya a mis vecinos también. Que no, que lo siento. A lo mejor querían decir “personas vecinas”. Lo que pasa, lo que tiene el español, es que si quieres decir “personas vecinas” tienes que decir “personas vecinas”. Es que no hay otra forma. Y además suena fatal, todo hay que decirlo: “Habla con tus personas vecinas”.

Pues no me va a quedar más remedio que ponerme un poco técnica, prometo que muy poco. En español (bueno, y en todas las lenguas que conozco o de las que he oído hablar), el género no marcado es el masculino. ¿Qué significa “no marcado”? El concepto de marca es una cosa muy bonita y muy difícil de explicar, así que disculpen la simplificación que sigue. Lo voy a ejemplificar con el número, que causa menos inquietud social. En español tenemos número singular y plural. Y, en español, el número no marcado es el singular. ¿Por qué? Porque no recibe marca morfológica. ¿¡Y eso qué es lo que es!? El sufijo –s del plural de toda la vida. Así de fácil: el singular no precisa de un sufijo específico, mientras que el plural sí. El plural está marcado y el singular no. Y lo bonito viene ahora: muchas, muchas veces, la marca morfológica va de la manita de la marca semántica. Quiere decirse que el término sin sufijo, prefijo ni na de na es también el que sirve de “término por defecto”. Ejemplo: Si decimos Los políticos no hacen mucho caso a los ciudadanos, solo es posible una interpretación plural de los políticos (todos o algunos, eso tiene que ver con la interpretación referencial, genérica o indefinida de los sintagmas nominales y, sobre todo, con la ética de cada uno). Sin embargo, si decimos El político no hace mucho caso a los ciudadanos, podemos tener una interpretación singular, hablando de un político nada más, o una plural, hablando de los políticos en general. Pues lo mismo ocurre con (y que nadie se me escandalice, ¡manos lejos de la cabeza!) el género. Cuando decimos Habla con tus vecinas, solo nos estamos refiriendo a las mujeres que vivan cerca de ti. Pero si decimos Habla con tus vecinos, nos referimos tanto a hombres y mujeres. ¿Es esto machismo? No lo creo. Es… lo que hay. Uno de los dos, el masculino o el femenino, tenía que ser el género no marcado. ¿Nos vamos a echar las manos a la cabeza porque sea el masculino prácticamente siempre (hablando de lenguas y de contextos)? Podríamos, pero es tontería. Las lenguas no cambian todo su sistema de género por unos cuantos indignados (esperemos que los sistemas políticos sean más permeables a la indignación).

Sin embargo… No siempre ni en todos los casos el masculino es el género no marcado (al menos semánticamente). Por ejemplo, en español, cuando vemos un gato, vemos… eso, un gato, en masculino. Sin embargo, en rumano, cuando ven un gato ven… o pisică, en femenino. Ambas lenguas tienen la posibilidad de especificar (gata en español, pisoi en rumano), pero el genérico, el que incluye a ambos es masculino en español y femenino en rumano. Con las palomas ocurre al contrario, en español utilizamos el femenino genéricamente y en rumano el masculino, porumbel. ¿Quiero decir con esto que las feministas hispanohablantes deban tomar como punto de referencia a las palomas, que han conseguido ningunear lingüísticamente a los palomos? Por favor, NO. ¿Por qué no? Porque si hay que tomar a alguien como punto de referencia no es a las palomas, ni a las cabras, ni a las ovejas, ni a las ministras, ni a las vecinas. Hay que tomar como referencia a las jirafas, a las ballenas o a las codornices. Porque NO se dice ni el jirafa, ni el balleno ni el codorniz para referirse a los varones de esas especies. Si eso, si no te queda más remedio, si necesitas hablar de ellos, tienes que añadir macho detrás, que es mucho más largo, ¡y ADEMÁS el artículo sigue siendo femenino! La jirafa macho, la ballena macho y la codorniz macho. Ellas, ELLAS, las jirafas, las ballenas y las codornices lo han conseguido. Y donde hacen falta activistas valientes y constantes es defendiendo a los escarabajos hembra, los peces hembra y, especialmente, los mosquitos hembra, que causarán malaria y matarán millones de personas al año, pero de igualdad están muy faltas[1]. Y perdonen el abuso de las mayúsculas en este último párrafo, pero es que… es emocionante.


[1] Por si a alguien le pica la curiosidad y porque no quería dejar de incluir el palabro, este tipo de sustantivos son epicenos en cuanto al género: tienen una única forma, independientemente del sexo de su referente.