Archivo por meses: noviembre 2011

Ex-alumnos al Pedro Ximénez (o amigos al vino)

Dedicado a Jacobo, a Monchi, a Pepo, a Sara y, muy especialmente, a Natalia

19-N. 22:00 pm. Bar, c/ Pradillo, Madrid. 6 jóvenes, 3 varones y 3…, un momento, ¿cuál es el antónimo de varón? Hombre/mujer, macho/hembra, dama/caballero, varón/… Bueno, da igual, 6 jóvenes con un pasado común se juntan para recordarlo, celebrarlo, festejarlo, sentirse mayores y todas esas cosas que se hacen en los eventos sociales de envergadura.

Para que se hagan una idea adecuada de la situación, nos hallamos ante el típico grupo que cuando se junta disfruta de la creación de neologismos tan vitales como fragar (‘pagar fregando platos’) o la colocación sinónima fregar en platos. El típico grupo que cuando se junta disfruta de discutir acerca de la necesidad de votar mangarrián como la palabra más bella del español frente a la aparente idoneidad para el puesto de las múltiples esdrújulas de nuestro idioma. El típico grupo que cuando se junta disfruta de saltear sus conversaciones con menciones a Kamchatka.

A estas alturas habrán adivinado ustedes ya que el pasado común del susodicho grupo es el de haber estudiado derecho juntos. Ah, ¿que no?, ¿que no se veía venir? Perpleja me dejan.

En el ambiente descrito, en una jornada tan reflexiva como la de ayer, el tema estaba en el ambiente. Solo un optimista habría creído que no iba a salir. Solo un ingenuo se habría sorprendido del juego que dio.

Una de las tres (o cuatro, según cómo contemos) letras que no aparece en su propio nombre. La única letra del español que representa dos sonidos (lo opuesto a un dígrafo, palabro que también carece de antónimo, al parecer). La uniquísima letra del alfabeto español a la que la RAE le permite corresponder a tres sonidos distintos. La letra que pronunciada en inglés suena a antigua pareja. Simétrica. Inigualable. Inimitable. Incógnita. La equis.

Pero, se preguntarán ustedes, ¿cuál fue el detonante? ¿Qué interrumpió una feliz conversación sobre penínsulas rusas y vocablos proparoxítonos? Elemental, querido Waxon, la salsa. Nunca pidan nada al Pedro Ximénez si en la mesa hay una culé con raíces gallegas y un experto en (reducir) licores que responda a las iniciales JJ. En el momento en el que la variable de pronunciación /∫/, propia de la equis en todas las demás lenguas de la península (la ibérica; no la rusa) entra en juego, empieza lo que en ciertos círculos se conoce como la apoteosis del humor. México pasa a Méshico; xilófono a gilófono; hombres de mandíbula laja no te cortejan, sino que te corteshan o cortexan.

Pero no se crean que todo son risas. Se oyeron propuestas serias, muy, pero que muy serias. Eso es lo que pasa cuando en la mesa también hay una metamoderna. Sustituyamos la doble zeta , extranjerismo innecesario, que diría la Fundeu, para poder decir pixa a gusto, en vez de pitsa, combinación absolutamente extraña a nuestro idioma. Escribamos puxle y digamos pujle. Y si estas razones no les convencen, piensen en las posibilidades humorísticas de un mundo en el que pija, pizza y pisha puedan escribirse igual.

Luis y Ana, you were missed

PS: Para todos aquellos, daltónicos o no, que están deseando proponer variz como antónimo de varón… ¡Primer!

Sigan la luz

He vuelto a la universidad. Bueno, vale, he vuelto a la universidad como estudiante de licenciatura, porque no he salido de la universidad desde que entré en ella hace ya un porrón de años. Me he apuntado a Lingüística. Y ustedes se preguntarán: “Pero…, ¿y no era eso lo que había estudiado esta pobre?”. Casi, pero no: hice Filología Hispánica y en estos mismos momentos hago el doctorado en Lengua Española, que es como hacerlo en Lingüística, pero con una importante falta de base. Así que, como con esto del plan Bolonia desaparecen las carreras y aparecen grados con nombres sugerentes pero con programas sospechosos, me he ido a cubrir lagunas, con toda mi ilusión.

Pero tengo que decirles que en algunos casos, dicha ilusión se está rompiendo en pedacitos tan pequeños que podríamos llamarlos añicos. Ya tuve profesores “poco inspiradores” cuando estudié Filología. Profesores a los que no les gustaba que dudaras de su palabra o que solo te daban una versión del asunto. Sin embargo, ahora que juego con un poco de ventaja porque el tema no es completamente nuevo para mí, veo (con horror desmedido, ¡imagínense!) la manipulación a la que algunos profesores someten a sus alumnos. No deja de sorprenderme la rotundidad con la que se pueden hacer afirmaciones que son más que debatibles y debatidas, compaginadas con invitaciones a pensar por nosotros mismos (eso sí, en otro sitio; en clase, escucha, asiente y calla). Hipocresía, cinismo y muy poco rigor científico.

No todos son así, por supuesto. Es más, tengo una clase enfocada a la enseñanza (tema que nunca me había interesado, hasta que empecé a dar clases) y en ella he descubierto (gracias a la profesora y a algunas amigas puestas en el tema) que SE SABE que nuestros sistemas educativos, más que mejorar el potencial de los tiernos infantes, los aplatanan, los uniformizan y les quitan toda su curiosidad. Parece que la labor del colegio fuera acostumbrarnos a no preguntar y aceptar todo lo que nos cuentan sin rechistar. Tanto, que el cerebro acaba dejando de sorprenderse cuando oye una barbaridad y esa lucecita que se encendía cada vez que una idea no acababa de cuadrar empieza a ser más tenue cada vez.

Es más, salimos del colegio, el instituto o donde quiera que sea que nos hayan preparado para la vida moderna y enseguida descubrimos que en el colegio no han hecho más que engañarnos; que lo que nos han contado como cierto lleva años superado y reformulado. Algunos de esos lincenciandos asumen el engaño y luchan por ponerse al día. Pero otros (lo he visto) se niegan en redondo a conocer estas nuevas teorías. “¿Para qué? Si lo que me han enseñado en el colegio encajaba a la perfección.” Más bien no, no cuadraba en absoluto. Pero nos lo contaron de forma que parecía que sí. Mintiéndonos o, simplemente, procurando que nadie preguntara por las disonancias, pasando por encima por ellas y haciendo afirmaciones dudosas y dudables como si fueran palabra revelada.

Y me asaltan las dudas. ¿No sería más útil enseñar a los niños y a los adolescentes a pensar? ¿Enseñarles los métodos que deben seguir para estar seguros de que algo es tan cierto como nuestro conocimiento del mundo actual nos permite averiguar? ¿Animarles a preguntar, a poner en duda lo que dicen los libros y explicarles que a veces el profesor no podrá darles una respuesta, porque la desconocemos?

Tristemente, esto no es así, y nos hacemos mayores creyendo que la historia se ve en dos direcciones (derecha o izquierda), pensando que los que hablan con la zeta son todos unos paletos y creyendo que el átomo se compone de tres partículas indivisibles. Pero, lo que es peor, salimos así y convencidos, empeñados, empecinados en que tenemos razón. Y estas convicciones son especialmente fuertes en cuanto a la lengua. En los ámbitos de “ciencias”, los legos cambiamos de opinión con relativa facilidad, porque admitimos que existe una pequeña posibilidad de que no lo sepamos todo (nótese que esto tampoco es intrínsecamente bueno): si viene un señor con bata blanca, nos dice que es doctor en Física y que los últimos descubrimientos indican que una de las partículas subatómicas se mueve a ritmo de rumba y que esto es especialmente revelador, porque es bien sabido que la melodía de la rumba sigue la proporción áurea, habrá quien se lo crea, porque somos conscientes de que la investigación en el campo de la física existe y avanza a ritmos sorprendentes (de rumba, cuando menos).

Sin embargo, en los ámbitos de las Humanidades las ideas están mucho más arraigadas. Por ejemplo, cualquier persona cree estar en posesión de la verdad más pura en lo que a su lengua concierne y resulta muy difícil atravesar ese campo de creencias para proponer una nueva forma de ver la lengua. Esta es una conversación que probablemente haya mantenido cualquier filólogo del mundo (de los que creen en la igualdad de las lenguas y variedades, que no son la mayoría) varias veces en su vida:

Señora cualquiera, recién enterada, por cualquier oscuro motivo, de que eres filólogo: Uy, pues ya verás, ya verás. ¿Sabes lo que dicen en mi pueblo? ¡Te va a doler, eh!

Tú (filóloga): Ah, a ver, dígame, dígame, qué dicen.

Señora… (triunfal y escandalizada a la vez):  “¡Una poca de leche!”, “¡una poca de leche!” [Excurso: Word acaba de corregirme dos veces ese ejemplo. Word. Imagínense una persona, con cerebro y boca.] ¿Qué le parece? Una barbaridad en toda regla, ¿cierto?

Tú (pensando: «Oh, cuantificación concertada, cuánta belleza«): Ah, bueno, sí, es muy interesante y bonito, de hecho es una forma documentada por lo menos desde el siglo XVI…

Señora… (profundamente indignada): ¡Sí, hombre, me vas a venir tú, filólogo de pacotilla, decir a mí, que leo muchísimo, que se puede decir Dame una poca de leche, cuando eso solo lo dicen en mi pueblo, que es que hablan fatal!

Tú: Bueno, pero precisamente, si lo dicen en su pueblo, es que se puede decir. Vamos, que se dice. ¿Sabe lo que le quiero decir?

Señora… (a punto de darle un ictus): ¡Uy!, ¡uy!, ¡uy! ¿Qué dice la RAE de eso? ¿Eh, eh?

Tú: Bueno, la verdad es que no lo sé…

Señora…: ¡Que no lo sabes! ¡Que no lo sabes! ¿Pero no decías que eras filóloga? No si es que… La educación es un desastre en este país. ¡Un desastre! Y los que dicen eso, ¡NO SABEN hablar!

[Nótese que los que dicen eso seguramente sean parientes suyos y, también seguramente, mantengan conversaciones de, por lo menos, igual profundidad que su paisana.]

Y esto se debe a que la mayoría de la gente no es consciente de que existe la investigación en lingüística. La mayoría de la gente ni se imagina qué tipo de cosas pueden investigarse acerca de las lenguas. Y la mayoría de la gente se pierde una forma muy interesante de acercase a la cultura y la cognición humana. Pero yo, como Martin Luther King, he tenido un sueño. Ha sido una pesadilla horrible, con uno de esos profesores de los que les hablaba, que de repente, sin venir a cuento, se puso a hacer natación sincronizada, con el ceño muy fruncido y mucha cara de concentración. Empapada en sudor me desperté, claro.

Creo que se me ha ido momentáneamente la pinza, ya vuelvo. Además de este sueño tan terrible, que me apetecía compartir, entre otras cosas para que no se cumpla (no es superstición, sino precaución) tengo una esperanza: que algún día, los responsables de educación de este país y del mundo entero sean profesionales de la educación, que estén al tanto de los últimos avances en pedagogía y psicología y que decidan cambiar nuestro sistema de aleccionamiento por uno de descubrimiento. Y espero que en ese sistema los tiernos infantes averigüen las tremendas diferencias entre las diferentes lenguas y sus implicaciones para el estudio de la cognición, pero también que sepan aplicar el método científico a toda la información que reciban (especialmente la de la prensa), que descubran las maravillas en las que se entretiene la física, o la química, o la biomedicina y que, sobre todo, salgan al mundo abiertos a aceptar y a rechazar nuevas ideas, independientemente del color de la bata del que se las venda, y disponiendo de los recursos necesarios para juzgar si una idea es disparatada, falsable, improbable, posiblemente cierta o lo que comúnmente se llama un camelo.

ACLARACIÓN
Por las reacciones (en otros foros), me doy cuenta de que la entrada lleva a error. Hay profesores fantásticos, muchísimos (y gracias a ellos nos damos cuenta de que otros no lo son tanto). Sin ellos, todos seríamos personas distintas. Por otro lado, no intento decir que los varios fallos del sistema sean de los profesores: por supuesto que no. La idea de programar cada último detalle de los conocimientos del niño, que viene de las instituciones, y la burocratización de la profesión son las presiones que nuestros profesores aguantan día a día. Algunos de ellos consiguen enseñar, a pesar de ellas, y esos son grandes profesores. Otros ceden a ellas, olvidando las motivaciones que debe regir en la enseñanza; esos son los terribles.