Plan Renove: traiga sus tiempos compuestos y le damos unos nuevos

Tengo a mi abuelo muy preocupado con mi permisividad lingüística. Bueno, muy preocupado no, porque tengo un abuelo cabal. Dice que lo de que las lenguas cambien está muy bien, pero que no me pase, que hay cosas y cosas. Y mi abuelo tiene razón casi siempre. Y como yo tiendo a creer que tengo razón casi siempre, hoy he decidido ponerme un poquito con el cambio lingüístico.

Las lenguas cambian en cuatro dimensiones (y el cine solo va por la tercera). En primer lugar, cambian con el tiempo. Estarán ustedes pensando en como hablaba el Lazarillo, pero no hace falta irse tan lejos. Por ejemplo, a mi abuelo le preocupa la desaparición del pluscuamperfecto del subjuntivo a causa de la extensión del condicional. Mi abuelo es un intelectual, pero a lo mejor ustedes no, así que les pongo un ejemplo: en una frase como “para engordar, habría tenido que comer” mi abuelo defiende “para engordar, hubiera tenido que comer”. Así que ya ven ustedes, lo que le suena bien a mi abuelo, que es bastante más joven que Calixto (el de Melibea), se oye bastante poco últimamente, al menos en Madrid, que es de dónde somos ambos.

Las lenguas también cambian en el eje espacial. Por ejemplo y para seguir con los tiempos verbales, a pocos de ustedes se les habrá escapado que un bonaerense dice “Hoy desayuné panqueques”, mientras que un madrileño preferiría “Hoy he desayunado tortitas”. El perfecto compuesto apenas se usa en muchas variedades del español (Uruguay, Paraguay, Argentina, el noroeste de España…)

La tercera dimensión es la social. No habla igual el Rey (y miren que es campechano) que un carpintero de un barrio humilde. Si este último es de Madrid (donde vive el Rey), seguramente dirá “Eje”, así, con jota, y sospecho yo que su Majestad dice, en el mismo contexto, “Es que”, así, con ese y con cu.

En la variación social no solo influye la extracción social, sino otros factores como el temible sexo (o género, según lo moderno que seas) o la edad. Ni las mujeres hablamos igual que los hombres ni los niños igual que los jubilados.

La cuarta y última (por lo que yo sé) dimensión es el registro. Las personas, que además de humanas somos muy listas, adaptamos nuestra manera de hablar a nuestro interlocutor. No hablamos igual con nuestro jefe (los que lo tengan) que con nuestros amigos (o no debiéramos). Por ejemplo, un joven madrileño no en el paro puede tildar la misma situación de “muy emocionante” o de “mazo fuerte”, según hable con el primero o con los segundos.

Se habrán dado ustedes cuenta de que estas dimensiones se entrecruzan: lo que es prestigioso socialmente depende del momento y del lugar, igual que los diferentes registros. Por ejemplo, el leísmo de persona masculino, que nuestra querida Academia ya nos consiente, no la veía la RAE con tan buenos ojos en el s. XIX. O la asimilación de la /s/ a la /k/, dando lugar a algo muy parecido a la jota (/x/) o más suave (/h/), que es prestigiosa en Toledo (fíjense en Bono, el de U2 no, el otro), que suena bastante regular en el norte de España y está ganando terreno en Madrid, donde su prestigio empieza a depender del registro (siendo común en algunas situaciones y poco adecuada en otras).

Una observación: habrán notado que pongo muchos ejemplos del habla de Madrid. No es solo porque los madrileños seamos los más mejores y nos creamos el ombligo del mundo, sino porque así me cercioro de no meter la pata, que sé de lo que hablo.

Paso a las conclusiones, en plural. Dejando de lado la idea de que el cambio lingüístico trae aparejado la pérdida de riqueza de la lengua en cuestión, pensemos en la perspectiva que nos da acerca del funcionamiento del cerebro humano. Por ejemplo, la oración de antes, “para engordar, hubiera tenido que comer”, no se encuentra entre las más frecuentes del español. Y este significado del pluscuamperfecto del subjuntivo es muy cercano al significado del condicional en oraciones como “si hubiera querido engordar, habría tenido que comer” (ambas se refieren a un pasado irreal). Por lo tanto, no es sorprendente que ambos se, ¡tatachán!, fusionen.

Por otra parte, cuando algo desaparece de una lengua, puede aparecer algo nuevo. Por ejemplo, un asturiano puede que no diga “he ido a la playa”, pero quizá diga: “tengo ido a la playa”. ¿Me dirán que no es bonito este reanálisis, que repite la historia de haber con el nuevo verbo de posesión, tener? No me lo dirán, no, no.

Fíjense en otra cosa preciosa que está ocurriendo con los tiempos compuestos en español. A estas alturas ya habrán notado que la distinción entre el perfecto simple y el compuesto es bastante inestable (otras lenguas romances, como el francés o el rumano, han perdido una de las dos, que solo queda para la lengua más literaria). Algunas variedades del español andino (en contacto con el quechua) conservan ambos tiempos, pero la diferencia entre ambos ha cambiado de significado. En vez de marcar si el período de tiempo en el que se enmarca la acción está acabado o no (Ayer desayuné – Hoy he desayunado), codifican evidencialidad. ¿Lo qué? La evidencialidad es una categoría gramatical que hace referencia al grado de certeza que se tiene sobre una información. Muchas lenguas del mundo (sobre todo de las “exóticas”, de ahí que sea tan emocionante) la codifican en sus tiempos verbales o con partículas específicas y presentan diversos grados de certeza. En muchas variantes del español empleamos locuciones del tipo por lo visto, se conoce que o dizque para indicar que no conocemos la información de primera mano. En el español andino de Ecuador, sin embargo, lo hacen de otra forma. Cuando dicen Se ha caído el jarrón implican que lo vieron caer, pero cuando dicen Se cayó el jarrón es que lo vieron hecho añicos, por lo que suponen que se ha caído. ¡Aquí no les queda más remedio que admitir la belleza del cambio lingüístico!

Por último y para tranquilizar a mi abuelo: el conocimiento de la norma sí es importante. Y mucho. Si eres ministro, no es buena idea decir que Esta es tu treceava comparecencia, porque a la gente le gusta pensar que sus ministros son cultos, así que lo mejor es que digas decimotercera. Nuestra forma de hablar, igual que nuestra forma de sentarnos, de comer y de vestir, es un reflejo de nuestra educación y es determinante a la hora de desempeñar un papel en la sociedad, en todos los sentidos. Los hablantes que demuestran conocer mejor el español no son aquellos que más palabras esdrújulas usan, sino los que saben cuándo usarlas. Por muy ministro que sea uno, debe saber manejar varios registros y decir, por ejemplo, grave desaceleración económica en el Parlamento, pero crisis de pelotas de cañas con los amigos.

5 comentarios en “Plan Renove: traiga sus tiempos compuestos y le damos unos nuevos

  1. Muy interesante sí señora… me ha llamado la atención lo del pretérito compuesto o no puesto que al ser del noroeste español suelo usar muchísimo más el pretérito simple y eso que sé cuándo usar una y la otra puesto que se lo enseño a mis alumnos, pero cuando hablo se me escapa casi siempre la forma simple.
    Por lo del pluscuamperfecto de subjuntivo de tu abuelo ahí sí que me cuesta más estar de acuerdo (jo… es la primera vez!!!) Seguramente me equivoque (aunque ya sabes que YO siempre tengo razón, ¿no?) pero para mí en «“para engordar, hubiera tenido que comer” la forma en -ra tiene valor de condicional y no de subjuntivo. Puede que piense eso por culpa del francés pero para mí no hay diferencia alguna entre «para engordar, habría/hubiera tenido que comer». Si la hay, por favor explícamela porque no la veo. Es más, si tiene valor condicional se debería usar el condicional «habría» y «hubiera» se puede usar porque hace ya siglos y siglos que se usa la forma -ra con valor condicional (ya en español antiguo e incluso en latín vulgar si no me equivoco).
    Y para acabar: genial tu comentario sobre los tiempos compuestos en Ecuador y la evidencialidad. Muy bien explicado y super interesante.

    ¡Gracias! 😉

  2. Tengo pendiente contestarte a varios comentarios, Olivier, pero con este me has tentado (y te escribo muy rápido, que los viernes para mí todavía significan algo, jeje). Sí, estoy de acuerdo contigo en que tienen el mismo valor (de condicional irreal de pasado, siguiendo la terminología que usa Lapesa, porque acabo de consultar la evolución de ambos tiempos). El idiolecto de mi abuelo parece que la forma del condicional funciona peor en ese contexto y él nota que oye mucho más la forma del condicional que la del subjuntivo (¡mismo significado, claro!). Lapesa no dice que la del condicional sea posterior, ya que atestigua ambos en Berceo. La cuestión sería si el uso del pluscuamperfecto de subjuntivo en la apódosis está desapareciendo o no, con un poco más de tiempo haré algunas búsquedas, a ver si la impresión de mi abuelo es acertada (que seguro que sí, porque es muy listo…) En cualquier caso, ambas formas se usan desde hace tiempo y son admitidas por nuestra amada RAE, que indica, por cierto, que el condicional compuesto es más común en América que el pluscuamperfecto del subjuntivo (en todos aquellos casos en que alternan, que son la mayoría, según ellos mismos). ¡Un beso y gracias por el comentario!

  3. De nada por el comentario y me gustaría comentarte otra cosa a ver si así tu abuelo (¡qué suerte que tienes de seguir teniéndolo! disfrútalo 😉 ) se puede quedar un poco más tranquilo. Yo no creo que el subjuntivo se pierda (aunque el presunto filólogo del que tuiteé un artículo lo piense), y menos en este contexto. No sé si te habrás dado cuenta pero actualmente hay otra tendencia que consiste en sustituir esa forma en -ra con valor condicional por una forme en -se, lo cual es absolutamente agramatical y no admitido por nuestra amada y todapoderosa RAE pero que se oye cada vez más… es más, mi amado y todopoderoso director de tesis que prefiero no mencionar aquí ha utilizado dicha forma en -se con valor condicional durante su ponencia en Cádiz… he notado el ejemplo en algún sitio, ya te lo mandaré. Eso para decirte que en ámbitos cultos y en otros mucho menos cultos (he leído un montón de casos en foros de deportes… shame on me) empieza a usarse este subjuntivo en -se con valor condicional, o sea que se extienden los contextos de su uso que empezaba a decaer un poco.
    Venga, díselo a ver si lo tranquilizas… 😉

    Un beso muy fuerte

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