El gusto de la sintaxis

Conozco a muy pocas personas que empezaran a estudiar una Filología interesadas por la lingüística y, mucho menos, la sintaxis. La mayoría de los que acabamos la carrera apasionados por el estudio de la gramática habíamos entrado “por la literatura”, que viene queriendo decir que nos gustaba leer o, incluso, escribir. Y es que no es fácil apasionarse por la sintaxis en el colegio o el instituto, donde se enseñan reglas y categorías que sirven para analizar frases, pero no a reflexionar sobre la naturaleza de esas reglas y categorías. El análisis sintáctico convertido, en el mejor de los casos, en un mero pasatiempo que se resuelve con la aplicación mecánica de algunas reglas. En el peor, en una tarea que el alumno ni sabe resolver ni sabe para qué debe resolver. Así es muy difícil encontrarle el gusto, la verdad.

Pero el gusto está ahí y algunos se lo acabamos encontrando cuando empezamos a entender de dónde salen esas reglas y lo que significan. Es más, lo acabamos disfrutando todos los días de nuestra vida. Transmitir esa fascinación es gran parte de la tarea del docente y, como tal, me preocupa dejar de saber hacerlo un día porque pase a darla por sentado. Las notas que siguen en realidad son para mi yo futuro, pero compartir es vivir.

Todos los seres humanos, salvo que hayan nacido con graves problemas cognitivos o en circunstancias dramáticas de privación social, guardan en su cerebro una lengua entera. Esta lengua consiste, a grandes rasgos, en buen montón de palabras y un considerable número de reglas. Las palabras se agrupan en categorías, es decir, en grupos con comportamientos similares, que siguen algunas de las reglas y no otras. Todos los cerebros humanos, independientemente de si el portador del cerebro sabe escribir o no, de si ha ido al colegio o no (e incluso de si oye o no, pues también hay lenguas de signos) contienen un sistema lingüístico completo, plenamente funcional, compuesto de categorías y reglas. Esto significa que “el cachorro humano” llega al mundo con herramientas para ir generando todo un sistema lingüístico a partir de lo que escucha y ve. Pausa para asimilar esta barbaridad.

Por lo tanto, que una palabra sea un sustantivo, un adjetivo o un verbo no es un invento, sino una generalización descriptiva a la que han llegado los lingüistas observando su comportamiento: analizando el uso que hacen los hablantes de las palabras. Los verbos, por ejemplo, son las únicas palabras del español que flexionan según el tiempo y el modo: esto hace que las podamos juntar en una categoría. ¡Pero no todos los verbos son iguales! Algunos pueden aparecer en la voz pasiva, haciendo del objeto el sujeto. Por ejemplo:

Voz activa: Una científica
americana descubrió la vacuna
Voz pasiva: La vacuna fue descubierta por una científica americana. ✅

Otros verbos no lo permiten esto, porque no tienen objeto:

Voz activa: La científica estornudó
Voz pasiva: Fue estornudado. ❌

Así, podemos hacer una división entre verbos transitivos (con objeto directo, que pueden aparecer en voz pasiva) y verbos intransitivos (sin objeto directo y que no pueden aparecer en la voz pasiva). Y también podemos darnos cuenta de que algunos verbos no encajan plenamente en estas reglas:

Voz activa: Tuvieron cuatro hijos
Voz pasiva: Cuatro hijos fueron tenidos. ❌

Aunque tener tiene un objeto directo, rechaza la pasiva. ¿Qué pasa aquí? Quizá nuestra regla de la pasiva (“los verbos con objeto directo pueden tener voz pasiva”) no es suficiente. O quizá no lo sea nuestra categorización de los verbos en transitivos e intransitivos y haya más tipos. Otra opción es que las categorías gramaticales no sean completamente estancas, sino que tengan fronteras difusas, ni las reglas tengan validez universal, sino que puedan incumplirse: vamos, que haya verbos más prototípicamente transitivos que otros. Tratando de dilucidar estas cuestiones disfrutamos como enanos los lingüistas, que lo que queremos es entender qué pinta tiene ese sistema lingüístico que guardamos en nuestro cerebro.

Otra cosa que hace apasionante a la lingüística es que la lengua tiene tanto un componente individual (como digo, cada uno de nosotros tiene por lo menos una lengua metida en el cerebro) y un componente social: dentro de comunidades concretas, esas lenguas individuales son lo suficientemente parecidas como para entendernos los unos a los otros. En ese sentido, no hay una única lengua española, sino una enorme cantidad de lenguas españolas que se organizan socialmente (dialectos, sociolectos) y que, en último término, tienen realidad individual. Pausa para asimilar esta barbaridad.

Además, las lenguas no son inmutables. Cada una de las lenguas individuales puede sufrir cambios y, cuando estos cambios ocurren en muchas lenguas individuales, la lengua como entidad social cambia también. ¿Y por qué sufren cambios? Pues porque nuestro cerebro está diseñado para generalizar (y sobregeneralizar) continuamente. Por eso incluso cada pequeño lapsus nos permite entender algo del funcionamiento del cerebro. Cuando alguien dice convenzco en vez de convenzo, su cerebro ha hecho una analogía entre convencer y otros verbos que acaban en –cer, pero tras una vocal (nacer – nazco, crecer – crezco): se ha pasado en su generalización. Cuando alguien dice con sí mismo en vez de consigo mismo sabemos que su cerebro ha sobregeneralizado la regla de que tras preposición va el pronombre tónico, que es este caso es (de sí mismo, a sí mismo, por sí mismo). La preposición con, con algunas personas gramaticales, es una excepción a la regla y debido a una interesantísima evolución latina tenemos conmigo, contigo y consigo. No hay nadie a quien no le ocurra, en un momento de cansancio, un lapsus “gramatical”. Esto indica que nuestro cerebro funciona de dos maneras: recordando cosas que ya ha oído y aplicando reglas que tiene interiorizadas. Las excepciones las tenemos memorizadas, pero a veces la regla es más rápida. Pausa para asimilar esta barbaridad.

Por último, cada lengua del mundo tiene un sistema gramatical único. En cada uno de ellas encontramos categorías nuevas o una combinación única de reglas, por ejemplo. Las diferencias entre lenguas, por ejemplo, pueden ser indicativas del efecto del entorno en la lengua. Por ejemplo, la etnial tzeltal vive en los Altos de Chiapas, territorio caracterizado por una pendiente inclinadísima (hay una diferencia de 750 m de altitud entre la parte sur y la norte). En su lengua (la lengua tzeltal), en vez de decir algo como el lápiz está a la derecha de la botella dirían el lápiz está cuesta arriba de la botella (te lapsis ay ta ajk’ol yu’un te limite, concretamente), porque el sistema de términos espaciales de su lengua bebe de su entorno.

Y, sin embargo, las lenguas del mundo presentan muchas similitudes, incluso si se hablan en continentes distintos y no tienen ninguna relación entre sí. Por ejemplo, ¿se acuerdan de todos esos tipos de se que tiene el español? Los tipos de se, ¡la pesadilla del adolescente! Pues lenguas cuyos pronombres reflexivos tienen funciones similares las hay a patadas. Esto nos muestra que existen relaciones semánticas entre el significado reflexivo (mirarse en el espejo), el recíproco (darse un abrazo), la intransitivación (levantar algo – levantarse; romper algo – romperse), la pasiva (se percibe vuestra respiración contenida desde aquí), etc. Los “ses” de esas lenguas han ido estirando su significado en la misma dirección porque los cerebros de los hablantes detectan esas relaciones semánticas. Pausa para asimilar esta barbaridad.

En fin, que el análisis sintáctico consiste, nada más y nada menos, en averiguar el funcionamiento de esa auténtica barbaridad que es la lengua humana. Ojalá consigamos que más gente le encuentre el gusto.

18 comentarios en “El gusto de la sintaxis

  1. Buf, vaya artículo más chulo acabas de ofrecernos. Esto es lo que se debería difundir y no artículos como los de Arturo Pérez Reverte que, aunque pueda llegar a tener razón en algunas cositas (que tú misma haces aparecer aquí, con lo a veces inútil y absurdo de la enseñanza de la sintaxis) se acaba pasando y diciendo barbaridades. Tu artículo es una perfecta muestra de lo interesante que puede llegar a ser la sintaxis, de lo apasionante que es para gente como tú y yo y muchísimos otros, y del gusto que tenemos y que debemos mantener por dar a conocer y comprender lo apasionante que es a nuestros estudiantes.
    Un abrazo y sigue escribiendo cosas así de bonitas, me encanta.

  2. Una de las cosas que siempre me ha maravillado es la forma que tienen los niños de equivocarse aplicando una generalización. A menudo los adultos les corrigen entre risas preguntándose en dónde han podido oír semejante palabra en lugar de sorprenderse por el hecho de que, siendo improbable que lo hayan oído por ahí, necesariamente han tenido que deducirlo de unas reglas que nadie, al menos ninguno de los que se ríen, les ha enseñado.
    Interesante, como siempre, el artículo. Ya no me sorprende, es lo que espero (jaja), y lo sigo agradeciendo

    1. Toda la razón, los niños son máquinas de generalizar y cada una de esas equivocaciones nos habla de una regla que hay por ahí 🙂 ¡Muchas gracias por leer, me alegro mucho de que te guste!

  3. Gracias. Estoy plenamente de acuerdo contigo. También en algunas de las cosas que dijo Pérez Reverte. Al fin y al cabo yo solo soy Filólogo Clásico donde se llevan a la par Literatura y Lingüística, o así lo viví yo, y lo vivo.
    Esta España mía y nuestra nos polariza y enfrenta siempre entre lo que nos muestran como extremos: derecha-izquierda, Barça-Madrid… y ahora Literatura-Lingüística.
    Me gustan las dos. Enseño las dos. A los alumnos les gustan las dos (si es que les gusta algo de lo que se les enseña).
    Gracias.

    1. ¡Muchas gracias! Totalmente de acuerdo: las dos cosas son importantes y gustosas ¡y no hay por qué descuidar una para favorecer a la otra!

  4. Excelente artículo, felicitaciones.
    Esa predisposición del cerebro del niño para aplicar ciertas lógicas lingüísticas son increíbles y han sido magníficamente explicadas por Chomsky.

    Saludos y gracias por compartir ese análisis tan rico.

    1. ¡Muchas gracias! Es interesante también lo opuestas que pueden ser las posturas a este respecto en la lingüística de corte más teórico (¡y lo mucho que se está avanzando desde la psicolingüística!) 🙂 Saludos.

      1. Acabo de estrenarme en Twitter (no soy nada aficionada a las redes sociales) y, gracias a haberme encontrado con este artículo tuyo, he decidido quedarme de momento (anoche, a las tres horas de hacerme el perfil, ya estaba saturada…). Gracias por tus reflexiones y gracias, sobre todo, por compartirlas. Yo fui un bicho raro en mi promoción: entré en Filología porque me fascinaba la gramática, y especialmente la sintaxis. Procuro que mis alumnos descubran todas las puertas que se les pueden abrir si se acercan a la sintaxis con ganas de entender y de reflexionar sobre la lengua.

  5. Felicitaciones.Magnífica lección que abreba en el conocimiento de nuestra lengua Hispánica.Pareces tener un verdadero poder de sintaxis,no hay duda alguna.

  6. Precioso artículo. El primer párrafo es la historia de mi ingreso en Letras (así era el nombre de la carrera en Argentina). Igualmente, sí me había gustado la sintaxis en la escuela, aunque no supiera bien para qué aprendíamos eso.

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