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Ojalá. U ojalá no.

 

¿Qué es el cambio lingüístico, me preguntas, mientras clavas tu pupila…? Ok, vale, no ha preguntado nadie. Como os ponéis. Total, si lo voy a contar igual. Pues el cambio lingüístico es una cosa muy natural y, por lo tanto, muy mal vista, que le pasa a todas las lenguas del mundo. La lengua, puesto que es un instrumento al servicio del ser humano, está inevitablemente llena de innovaciones. Lo mismo pasa con los teléfonos y nadie ha hecho una academia para que sigan teniendo cable y se marque girando una rueda.
También es una queja archiconocida entre los puristas de la lengua que las nuevas tecnologías están matando la lengua (¡autocita!). Nada más lejos de la realidad, por supuesto. Las nuevas tecnologías, al crear nuevas situaciones de uso, no hacen más que enriquecer la lengua, que se adapta para funcionar óptimamente en estos nuevos contextos.
Así que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, voy a mostrarles un pequeño cambio lingüístico que está teniendo lugar en uno de estos nuevos contextos: Twitter.
Twitter es una red social de microblogging según algunos (que significa que la gente escribe sus cosas en muy poco espacio) y una tontería a la que estoy enganchada según mi madre. Hace un tiempo les puse algún ejemplo de cómo usar Twitter para averiguar la distribución geográfica de algún rasgo lingüístico (¡otra autocita!).
Hoy quiero mostrar dos cosas: 1) que el contexto determina el uso que hacemos de la lengua y 2) cómo observar un cambio lingüístico en movimiento. Un par de cosas acerca de Twitter, antes de ir al grano:
    • Cada tuit (o mensaje) solo puede tener 140 caracteres: es decir, deben ser muy breves, más que un sms.
    • En Twitter se utilizan hashtags, que funcionan como etiquetas sobre el texto, para que se puedan consultar fácilmente todos los tuits que hablan de una misma cosa.
    • Los tuiteros siguen a otros tuiteros y así leen sus tuits (están suscritos a ellos). Además, pueden retuitear los tuits de otro: reproducirlo para que lo lean sus propios seguidores. Un tuitero que desee tener muchos seguidores (léase: un tuitero) intentará que sus tuits sean originales, expresivos, graciosos, mordaces… En el tuit, muchas veces la forma importa más que el fondo.
    • Esto hace que cuando algo hace gracia en Twitter, es fácil que se extienda como la pólvora y todo el mundo lo reproduzca, adaptándolo y modificándolo (o no). Aquí van algunos ejemplos de «coletillas» que se usan repetitivamente:
Mi animal mitológico favorito es, con la que se ironiza sobre aquello que rara vez ocurre:

 

No te deseo ningún mal, pero; una forma original de contar pequeñas desgracias:
 En ese/a … me maté yo, que se usa para…, para… Bueno, se usa mucho:
Bueno, pero que yo había venido aquí a hablar de mi libro y siempre me voy por las ramas con los prolegómenos. En español tenemos una utilísima palabra que —según la RAE— «denota vivo deseo de que suceda algo» y que tomamos prestada del árabe hispánico law šá lláh, que significaba ‘si Dios quiere’. Aunque la RAE ya no nos dice nada más, ojalá se usa en español general (esto es, no tuitero) en dos contextos:
Ante un verbo en subjuntivo, precedida o no por la conjunción que:

     

     

     

     

     

     

     

    Sola, solita, respondiendo a un deseo o supuesto que otra persona ha formulado:

     

     

    En español tuitero, sin embargo, ojalá puede aparecer en muchos otros contextos; esto es, ha extendido sus funciones. Puesto que ojalá denota «vivo deseo de que suceda algo», suele requerir un verbo flexionado (ya sea el que le sigue en subjuntivo o el que le precede, cuando es una réplica): esto es, el típico verbo que te dice cuándo y a quién le pasa algo.
    Sin embargo, en español tuitero ojalá puede preceder a un sintagma nominal sin verbo. ¿Cómo sabemos qué es lo que desea el tuitero que suceda entonces? Todos estos casos omiten verbos como ser, haber, tener en contextos existenciales, así que es muy fácil que el lector lo reponga al leer el tuit. El mero hecho de nombrar algo presupone su existencia, aunque sea imaginaria.

     

     

     

     

     

    Puesto que no hay un verbo en esas construcciones, siempre se entienden en presente o en futuro. Pero eso no es ningún problema: si queremos expresar un deseo sobre el pasado… ¡Usemos un adverbio de tiempo!
    Pero esto del verbo omitido limita mucho las posibilidades de la construcción. ¿Hablar solo de la existencia de entidades? Mejor también hablar de entidades haciendo cosas… Así que estos sintagmas nominales pueden ir seguidos de un verbo en gerundio:

     

     

     

     

    Lo malo del gerundio es que, por el hecho de tener cierto componente temporal, suele necesitar un sujeto explícito. El infinitivo es más relajado para esas cosas y permite que el sujeto se entienda como el propio hablante o simplemente expresar una situación impersonal:

     

    Todos estos tuits podrían haberse escrito con un verbo en subjuntivo y seguramente algunos hubieran sido incluso más cortos. Pero no hubieran significado exactamente lo mismo. El ojalá tuitero tienen una función ligeramente distinta que la del ojalá general. Estos tuits no buscan expresar un deseo, sino que buscan poner una imagen en la mente del lector, describir una situación. Ojalá añade dos matices a estas imágenes: que son hipotéticas y que son deseables. Este uso recuerda mucho al de los hashtags, que simplemente categorizan la situación descrita en el tuit. Y miren este ejemplo, que muestra bastante claramente que lo que se quiere expresar es una imagen (además de un deseo):
    Por regla general, aunque una estructura le venga muy bien a una lengua en un contexto determinado, esa estructura no surge de la nada, sino que aparece en una grieta, en un hueco de la lengua, en un pequeño rincón en el que tanto la interpretación de siempre como la interpretación nueva son posibles. Esto que les cuento no es una excepción. Cuando ojalá aparece solo, expresa que lo anterior, aquello a lo que replica, es una situación deseable. Y aquello a lo que replica ojalá no tiene restricciones de modo en el verbo (¿Te imaginas a Ana Botella bailando el chachachá? Ojalá). Es más, esa prerréplica le permite a ojalá aparecer con cosas que no sean subjuntivos. Es posible, pues, que en contextos como este se forjara el ojalá tuitero:
    *ATENCIÓN*    *POR FAVOR*     *ESTO TAMBIÉN SE LEE*     *GRACIAS*
    Este texto utiliza el término «cambio lingüístico» en un sentido bastante laxo y en ningún caso pretende proclamar que este uso de ojalá vaya a extenderse a otras variedades de la lengua y alcanzar el español general. Como he dicho, es un cambio fuertemente influido por el contexto de la elocución (Twitter), que seguramente se quede donde está. Así que ojalá todo el mundo en calma.

    TGIFriday, día de la libertad y los amigos

    Long time no see… Me perdonen. Escribo desde Gante, Bélgica, lugar de nacimiento de Carlos I de España y V de Alemania, un tipo que reinaba en medio mundo e imperaba en el otro medio, y de Pierre Degeyter, compositor de la (música de la) Internacional. Vueltas que da la vida. 
    Aquí hablan flamenco, dialecto del neerlandés (además de ave rosa y sentimiento muhpañol), así que seguramente les dé mucho la lata con cosillas que vaya aprendiendo…
     Una de las cosas más sencillas de aprender en otra lengua cuando nos encontramos en otro país son los días de la semana: están por todas partes…
    Prueba visual 1.
    Si los días en cuestión se parecen bastante a los del inglés, la tarea es todavía más facil. Así que, una vez aprendido que viernes se dice vrijdag en estas tierras, me encuentro con lo siguiente:
    Prueba visual 2.
    Siendo un cartel que indica la disponibilidad de los párquines cercanos (qué bien sienta castellanizar la ortografía de los anglicismos, pardiez), no es muy difícil averiguar que vrij significa ‘libre’ y equivale al inglés free. Pero esto me dejó pensativa… Vrijdag parece entonces quedar como ‘día libre’ literalmente y eso es un poco raro… Es raro, porque, como ya sabrán ustedes, los nombres de los días de la semana provienen de nombres celestes, tomados a su vez de deidades romanas: lunes  a la Luna, martes a Marte, miércoles a Mercurio, jueves a Júpiter, viernes a Venus y, bueno, sábado viene del šabbāt hebreo y domingo es el día del Señor (dominus), pero paganos terribles como los ingleses todavía conservan los nombres dedicados a Saturno (saturday) y al Sol (sunday). Y sí: los nombres de los días del inglés (y del flamenco) siguen el mismo patrón, solo que ellos tradujeron los nombres latinos usando las deidades germánicas: friday y vrijdag son los días dedicados a Frigga, diosa del amor entre otras cualidades, igual que lo era Venus.
    ¿Y entonces, la coincidencia entre vrij ‘libre’ y vrijdagdía libre viernes’ es casual? Pues no, señora, y a eso quería yo llegar. Según lo que dice el New Oxford American Dictionary (también conocido como el diccionario de inglés que Apple incluye en sus ordenadores), el origen de free, además de estar relacionado con el neerlandés vrij (que ya lo sabíamos) y el alemán frei (que lo hubiéramos sacado), viene de una raíz indoeuropea que significaba ‘amar’ (¿se acuerdan de Frigga?) y que además comparte con la palabra friend ‘amigo’. Aaaamigo, ahí ya lo vemos todo claro. Efectivamente, Frigga viene de esa misma raíz, así que no es que vrijdag sea el día libre de los germanos en general y los flamencos y holandeses en particular, sino que la libertad viene del amor. (Así de cursis eran los vikingos.) Por cierto, que los amigos también vienen del amor en español, pero del amor latino, no del indoeuropeo.
    Gelukkige vrijdag!
    (Si quieren saber más sobre la muy apasionante historia de los nombres de los días de la semana en muchas otras lenguas: http://etimologias.dechile.net/?di.as-de-la-semana)

    ¡Feliz próximo periodo traslacional terrestre!

    El otro día, con tanta gente felicitando el solsticio de invierno por no pronunciar la temible Navidad y evitar así ser sospechoso de ateísmo poco profesional, recordé que había visto algo similar examinando los materiales del ALPI. Pequeño excurso. El ALPI es el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, un proyecto con una historia auténticamente novelesca. Fue una idea de don Ramón Menéndez Pidal y encargado a Tomás Navarro Tomás, ambas importantísimas figuras de la filología española, por si les pillo con el pie cambiado. Los cuestionarios estuvieron listos hacia 1930 y, apoyados por el Centro de Estudios Históricos, los tres equipos se echaron a la Península. La Guerra Civil interrumpió los trabajos y Navarro Tomás se llevó los materiales al exiliarse. Estos volvieron a España (al Consejo Superior de Investigaciones Científicas) en 1951 y entre 1947 y 1954 se completaron las encuestas. Después de la publicación del primer tomo, en 1962, se abandonaron las tareas para la publicación de los restantes y los materiales quedaron olvidados y desperdigados en varios archivos. Entre 1999 y 2001 fueron encontrados y fotocopiados por David Heap y ahora una gran parte de ellos están disponibles en la red (fuente de todo esto). Actualmente se está realizando un proyecto en el CSIC para digitalizar y cartografiar todos los materiales. Fin del excurso.

    Pues hace unos años, mirando en los cuadernillos del ya explicado ALPI las diferentes respuestas para zorra (ya saben, zorra, raposa, vulpeja… No me sean.), encontré que en algunos sitios los entrevistados informaban de que, aunque la palabra existía, «pronunciarla traía mala suerte». En 18 localidades (todas andaluzas o ciudadrealeñas) dieron respuestas alternativas a zorra (o sorra), «por no mentarla».
    En El Bosque, Chiclana de la Frontera y en Alcalá de los Gazules (todas en Cádiz) la llaman gandana, no sé bien por qué[1]. El origen del apelativo tarifeño es mucho más claro: bicho las gallinas. En Adamuz, Hornachuelos y Doña Mencía (sitas en la provincia de Córdoba), la llaman comadre. Y en Zafarraya (Granada), la ligera. Pero en la mayoría de sitios utilizan un nombre propio: en La Carlota y en Villaviciosa de Córdoba (Córdoba) la llaman Juanica, aunque el más común es María, usado en Fuencaliente y Carrizosa (Ciudad Real) y en Quesada y La Puerta de Segura (Jaén), donde dicen una maría, con artículo indefinido y todo. El diminutivo, Mariquita, lo usan El Viso del Marqués (Ciudad Real), en Marmolejo y en Navas de Tolosa (Jaén), aunque imagino que no con cariño. Pero mi favorito, y no por el adjetivo, sino porque tiene hasta apellido, es el de Montefrío (Granada): puta María García.

    Perdonen la brevedad, pero se me ha echado el especial de Gila encima. ¡Muy feliz año 2013!


    [1] Hablo en presente, aunque no tengo certeza alguna de que se sigan manteniendo estos apelativos. Es por cuestiones estilísticas, que soy muy coqueta.

    Deberes para Navidad

    Gracias a Elenas (del Olmo y Jareño), Mónica, Araceli, Julián, José, Javier, Humbe, Rosa, Marcela y Lorenza

    1) Escriba una breve composición que una coherentemente los siguientes temas: peluquería y toponimia castellana:

    ¡Hoy me he cortado el pelo! ¡Por fin! Y se lo comunico entre signos de exclamación porque este corte de pelo bien lo merece. Es todo un símbolo. Un poco como esos de las pelis, los que hacen que la prota se sienta una persona nueva, más segura de sí misma, y consiga todo lo que quiera, que suele ser Matthew McConaughey y un puesto de trabajo de mujer independiente, segura de sí misma y de pelo recién cortado. Un poco como esos, solo que mejor. Elevadoalcubamente mejor. Este corte de pelo indica un avance en mi tesis. A partir de ahora, cuando alguien me pregunte: «¿Qué tal la tesis?», en vez de cambiar de tema y/o gruñir, le diré: «¡Ya me he cortado el pelo!». Eso es la típica respuesta in media res, así que voy a contarles el initium de la res. Este septiembre, gracias a un impecable asesoramiento, decidí que antes de Navidad tenía que haber acabado el trabajo de campo necesario para mi tesis. Y decidí que no me cortaría el pelo hasta entonces. Era esta una decisión con un fundamento científico irrefutable: mi trabajo de campo se basa en un cuestionario compuesto casi totalmente por vídeos de servidora con el pelo corto. La experiencia me ha enseñado que cuando los informantes me reconocen en el vídeo, el cuestionario sale peor. Y que cuando les entrevisto con el pelo largo, no suelen identificarme con la chica del vídeo (chico, si el informante ve regular). Ergo el pelo largo me viene bien para encuestar. QED. Pues eso, que sí, ¡¡he acabado las encuestas!! Bueno, me he dejado alguna para el año que viene, que no puede ser bueno cortarlas de raíz, pero ya puedo ponerme a procesar datos e, incluso, a escribir trocillos de la tesis.

    Acabé las encuestas el fin de semana pasado, en una visita (muy bien acompañada) a Segovia, Valladolid, Zamora, Salamanca y Ávila. ¿Sabían que chapuzón no solo vienen de chapuzar, sino que chapuzar viene de chapuz? Yo no había oído chapuz jamás, hasta que en Revenga (Segovia) me explicaron que esto era lavarse a chapuz:

    Y por fin tuve la oportunidad de conocer Toro, en Zamora. Esto de aquí es el ayuntamiento de Toro, con sus tres banderas: la de Castilla y León, la de España y la de Toro:

    El viento no permitía hacer una foto óptima, pero aquí pueden observar más detenidamente el escudo de Toro.

    Las banderas de Castilla y León y la de Toro son un fantástico ejemplo de cómo la lengua puede modificar la realidad. En la de Castilla y León generalmente se ven dos castillos (por Castilla, se sobrentiende) y dos leones (por León, también se sobrentiende). En mi foto solo se ve uno de los leones, pero fíense de Google. Y en la de Toro vemos un toro y un león, por lo de Toro y lo de León, digo yo. Hasta aquí todo correcto. ¿O no? Pues solo casi: el topónimo de Toro viene de (Villa) Gothorum ‘ciudad de los godos’ y el de León, de legione(m) ‘legión’. Así que efectivamente, el toro viene de Toro, pero Toro no viene de toro, igual que el león viene de León, pero León no viene de león.

    Seguiría un poco con la toponimia, pues después de comer en Toro encuestamos en un pueblo llamado Peleas de Arriba, pero mejor acabo a lo Scheherezade, por si acaso hoy no se acaba el mundo.

    Edisyn Workshop on Ibero-Romance Dialects: Clitics and Beyond

    El miércoles 12 (pasado mañana) y el jueves 13 (que va justo después) va a tener lugar en la Universidad de Carlos III de Madrid el Edisyn Workshop on Ibero-Romance Dialects: Clitics and Beyond. Si les interesa la dialectología y pueden asistir, se lo recomiendo encarecidamente, por dos motivos. El primero, que sé de buena tinta que las charlas van a ser muy interesantes. El segundo, que está organizado como un congreso informal, con mucho tiempo para comentarios y preguntas del público, además de una mesa redonda sobre tendencias actuales en la dialectología ibero-romance. En la página web tienen el programa y las indicaciones sobre cómo llegar. (Por cierto, aunque la página esté en inglés, el congreso va a ser mayoritariamente en español.) Si el tema les interesa, pero no pueden asistir, intentaré tuitearlo en directo, con el hashtag #madisyn (lo sé, soy un genio de los juegos de palabras). ¡Nos vemos en Getafe!

    Doctor, doctor

    En estos precisos instantes, mi amigo Olivier Iglesias (sí, como Julio. Los hay con clase.) se dispone a defender su tesis en la Université Paris 8 sobre el fenómeno conocido como  «subida de clítico». ¿Lo qué? Clíticos son (en este contexto) los pronombres personales átono (lo, la, me, te, nos…, ya saben). Y subida se refiere al hecho de que, en algunas perífrasis verbales del español, el pronombre puede colocarse detrás del infinitivo o el gerundio, o anteponerse (subir) al verbo flexionado. Venga un ejemplo:

    – Doctor, doctor, ¿a qué hora me puede atender?

    Podré atenderle a partir de las doce.

    Esto es lo que dice el Diccionario Panhispánico de Dudas al respecto (bajo el lema pronombres personales átonos):

    «Pero si el infinitivo o el gerundio forman parte de una perífrasis verbal, en la mayor parte de los casos los clíticos pueden colocarse también delante del verbo auxiliar de la perífrasis, que es el que aparece en forma personal: Debo hacerlo / Lo debo hacer; Tienes que llevárselo / Se lo tienes que llevar; Vais a arrepentiros / Os vais a arrepentir; Siempre está quejándose/ Siempre se está quejando; Siguió explicándomelo / Me lo siguió explicando.

    »La anteposición de los clíticos no es posible cuando el verbo auxiliar de la perífrasis es impersonal: Hay que pedírselo(no *Se lo hay que pedir); o si el verbo en forma no personal es el sujeto oracional pospuesto de verbos como parecer, importar, convenir, etc.: Parecía entenderlo(no *Lo parecía entender); Conviene intentarlo (no *Lo conviene intentar); Importa denunciarlo (no *Lo importa denunciar). Tampoco es normal la anteposición de clíticos con verbos que expresan creencia, temor, deseo, preferencia o conocimiento, como creer, temer, desear, preferir, negar, afirmar, entre otros: Cree haberlo guardado (más normal que Lo cree haber guardado); Prefiero ignorarte (más normal que Te prefiero ignorar); Deseo irme (más normal que Me deseo ir); Negó saberlo (más normal que Lo negó saber), etc.»

    Sin embargo —y como siempre—, no todos los hablantes siguen una gramática tan restrictiva como la que describe la Academia… En la provincia de Segovia, por ejemplo, no es nada infrecuente la anteposición del clítico en la perífrasis impersonal con haber que. Miren un par de ejemplos de Moraleja de Cuéllar, obtenidos del COSER:

    Lo hay que amasar, los ajos.

    Y se enllenan las tripas gordas del cerdo, que las hay que lavar […].

    En su tesis, Olivier estudia los idiolectos de una serie de hablantes (el habla concreta de estos) para investigar qué factores condicionan la posición del pronombre en sus gramáticas individuales. Todo un señor trabajo que le va a granjear un muy merecido título de doctor, después de tres años examinando y auscultando complejos verbales para llegar a un buen diagnóstico. Me imagino que cuando lea esto, tendrá más o menos esta pinta:

     Origen de la foto

    Olivier, Doctor Iglesias, me hubiera encantado haber podido verle (o haberle podido ver, comme vous voulez) defendiendo la tesis, ya que habría aplaudido à rabier (que es como aplaudir a rabiar, pero más finamente, a la francesa), pero no ha podido ser… Así que no me queda más que contentarme con mandarle un gigantesco ¡ENHORABUENA! desde aquí, acompañado de un fuerte abrazo.

    ➔ Y un pequeño regalo, con interposición, oído la semana pasada en una cena: Yo ya lo llevo un rato bebiendo.

    Eso sí, ese lo se refería al pacharán y no he encontrado mucha bibliografía acerca de cómo el factor alcohólico afecta a los datos lingüísticos…

    Por obra y gracia de la RAE

    Hierven los mentideros con los atrevimientos de la RAE.

    – ¡La RAE acepta friki!
    – Mire usté qué bien, ¿y quiqui?, ¿o pliqui?
    – Ahora ya podré andar por casa en gayumbos tranquilamente.
    – Yo llevo desde abril, caballero. ¡Este calor es indecente!
    La estrella de la noticia ha sido la nueva acepción de matrimonio.
    – ¡Albricias! ¡Hurra! ¡Ijujú! La RAE zanja el debate, la igualdad llega al diccionario.
    – Es el fin de la discriminación. ¡Así se acaba con todo un ideario!
    Por algún motivo que se me escapa, cada vez que la RAE acepta una nueva palabra, surge una ola de indignación que ríete tú del 15-M. Que a dónde vamos a llegar; que si estamos locos; que dentro de poco aceptarán cocreta; qué barbaridad, ¡culamen dice! Es curiosa esa imagen de la RAE, como institución todopoderosa, cuyas decisiones nos resultan a veces difíciles de comprender, pero que acabaremos acatando; para disfrutar de esa sensación de superioridad de corregir al pobrecillo que no sabe que solo ya no lleva acento. Le cedemos sumisamente a la Academia el poder de crear y difundir palabras que nos corresponde como hablantes y quedamos a la espera de que nos digan cuál es la línea que separa el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto, lo coloquial de lo que no lleva marca azul. Sus enseñanzas se cristalizan en un libro gordo y de tapas duras (ya con versión online), que tiene el extraño poder de dictar lo que existe y lo que no, aunque eso desemboque en la paradoja de oír a diario cosas que no existen (las PONI –Palabras Oídas No Identificadas–, que deben pasar un duro examen académico para demostrar que no son imaginaciones de un granjero de Texas). Ahora que lo pienso, todo esto me recuerda vagamente a algo…

    Oye, tú que eres filólogo…

    Tengo una amiga que trabaja con niños y adolescentes y que tiene una forma muy curiosa de darles instrucciones. Digamos que está organizando una excursión al campo y quiere dejar claro qué tipo de calzado es el adecuado. Mi amiga preguntaría bien alto: “¿Me llevo las bailarinas nuevas con las que voy monísima?”, y dejaría pasar unos segundos. En cuanto algunas cabezas empezaran a moverse afirmativamente (que lo harían), ella misma respondería, con vehemencia: “¡¡¡NOOOOOOOO!!!”.

    Les cuento esto sobre todo para darle difusión a la técnica, que es bastante eficaz, y a lo mejor alguno la encuentra útil (espero que no tenga copyright). Pero también porque a veces, cuando la veo hacerlo, se me ocurre que si alguien preguntara, subido a un escenario frente a cientos de personas de todas las edades, profesiones, estratos sociales y gustos musicales: “¿Verdad que la gente habla fatal?”, todo ese público tardaría menos de lo que canta un gallo en corear un gigantesco . Y claro, a mí me apetecería gritar muy fuerte que “¡¡¡NOOOOOOOO!!!”, pero seguramente no se oiría. Pues para dar la brasa con estas cosas empecé este blog.

    Las frases que empiezan por “Oye, tú que eres filólogo…,” suelen tener dos posibles finales: a) “¿…a que palabra o frase que varía está mal dicho?” (o su variante “¿…palabra o frase que varía se puede decir?”), o b) “¿…palabra, generalmente polisílaba, existe?”. Y para muestra, un botón; miren cómo empieza esta entrevista a José Antonio Pascual, académico de la RAE. Muchos filólogos responden a la pregunta a) con un simple o no, ateniéndose a rajatabla a las últimas decisiones de la Academia. Otros preferimos meternos en disquisiciones teóricas acerca de por qué nada de lo que diga un hablante nativo está mal dicho. Como desde pequeños, en casa y en el colegio, nos bombardean con la idea contraria, esta respuesta no suele convencer, ya que le pide al que pregunta una cosa verdaderamente complicada: que cambie una idea muy arraigada en su mente. Esto es lo que los psicólogos llaman un cambio conceptual y es bastante difícil de llevar a cabo. Una vez estuve en una charla en la que el ponente quería convencernos de algo que sabía que no nos iba a gustar, pues iba en contra de las ideas previas de casi todos. En la primera parte de la charla nos pidió que cruzáramos los brazos, pero al revés de lo que solemos hacerlo: es tan incómodo que cuesta mucho estar más de un par de minutos así. Pretendía mostrarnos que es nuestro propio cuerpo el que se resiste a ese cambio de hábito; lo mismo ocurre con los cambios conceptuales. (Y no se crean que consiguió convencer a mucha gente en la segunda parte, a pesar del entrenamiento previo…) Muchas personas, después de estudiar cuatro o cinco años las ideas que voy a exponer aquí, siguen licenciándose como filólogos y considerando que casi toda la población habla fatal  y que, consecuentemente, el español se va al garete, así que sé que esto no va a ser fácil. Pero, por mí, ¡que no quede!

    Primer pilar del cambio conceptual

    Las lenguas que hablamos, las que hemos aprendido de pequeños de nuestros padres y nuestro entorno, no son inventos del hombre. Son creaciones humanas, en un sentido amplio, pero no son invenciones conscientes. Aunque no sabemos mucho acerca del origen del lenguaje, parece obvio que la primera lengua (o las primeras lenguas, que, por no saber, no sabemos ni eso) no surgió de una reunión de un grupo de homínidos que, sin poder hablar todavía, inventaron una lista de vocabulario, decidieron las reglas básicas de la concordancia oracional, impusieron un orden de palabras y luego se lo enseñaron a los homínidos que no pudieron asistir a la reunión. La gramática de la primera lengua tuvo que haber surgido de forma natural, gracias a los mecanismos del cambio lingüístico: igual que las gramáticas de todas las lenguas habladas en la actualidad.

    Y, aunque no hubiera sido así, es importante tener en cuenta que cada persona aprende a hablar “de la nada”, en cierto modo reproduciendo la creación de esa primera lengua en su mente, y lo hace sin instrucciones explícitas. (Los padres no suelen decirnos: “Cariño, recuerda que las oraciones de relativo de sujeto no admiten el doblado pronominal del antecedente.” y, sin embargo, ningún hablante que ya haya adquirido plenamente el español diría: “El niño que él está ahí es muy rubio, será americano.”) Es decir, la primera lengua no se aprende: se adquiere de forma espontánea, siguiendo mecanismos naturales.

    Segundo pilar del cambio conceptual (este el que más duele)

    No hay ninguna lengua mejor que otra. Ni las lenguas de tribus africanas cuyos hablantes siguen viviendo del pastoreo (como la mayoría de los españoles hace 80 años, por cierto). Ni siquiera el vasco, por mucho que le apetezca a César Vidal.

    César Vidal, ilustrando su desilustración.

    El único criterio objetivo que podemos emplear para medir la “calidad” de una lengua es ver en qué medida cumple su función, pues no hay ningún rasgo gramatical objetivamente mejor que otro. Por ejemplo, el caso nominativo, la concordancia con el verbo o el orden de palabras son mecanismos igual de buenos para saber quién es el sujeto de la oración y no hay ningún motivo para preferir uno a otro. Sin meternos en muchos berenjenales, supongo que estaremos de acuerdo en que una lengua cumple su función si permite decir cualquier cosa; comunicar cualquier idea. Se conocen alrededor de 7000 lenguas, pero no se sabe de ningún grupo de hablantes cuya lengua les deje colgados en alguna situación o no les sirva para expresar un pensamiento demasiado profundo. Por supuesto, cuando una lengua entra en contacto con un campo desconocido para sus hablantes, debe incorporar mucho vocabulario nuevo en poco tiempo. Puede que lo haga por medio de a) préstamos, b) calcos semánticos, c) neologismos o la siempre reconfortante d) todas las anteriores son correctas. Estos son mecanismos de las propias lenguas para acuñar nuevas palabras y seguirán reglas distintas según la lengua. Por ejemplo, el español de España no suele adaptar la pronunciación extranjera de los préstamos (wi-fi lo decimos güifi), mientras que el español de América sí lo hace (wi-fi lo dicen uaifai). En conclusión, puesto que todas las lenguas del mundo permiten expresar los pensamientos de sus hablantes sin restricciones, todas las lenguas son igual de buenas y estupendas.

    Es muy posible que ustedes, sobre todo los que hablan más de una lengua, estén pensando: “¡Pero hay cosas que parece que se dicen mejor en una lengua que en otra!”. Puede. Pero tiene una sencilla explicación. Todas lenguas mantienen un equilibrio entre economía y expresividad. La economía explica que las lenguas empleen un número limitado (aunque bastante amplio) de recursos, mientras que la expresividad busca poder codificar todos los significados que necesitemos. Todas las lenguas encuentran este equilibrio, pero de diferentes formas. Algunas tienen una morfología endiablada, otras una fonética que echa para atrás a todos los extranjeros y todas tienen un abanico de construcciones diferente que expresan las ideas de forma diferente. Es lógico que nos parezca que algunas de estas construcciones encajan mejor en unas ideas que en otras, sobre todo cuando estamos aprendiendo otra lengua. Sin embargo, sabemos que todas las lenguas consiguen este equilibrio con un nivel de complejidad similar, puesto que todos tardamos el mismo tiempo en adquirir nuestra lengua materna, sea esta cual sea.

    Si son ustedes de los que aguantan más de dos minutos con los brazos cruzados al revés, a lo mejor ya están viendo claro por qué no es posible que lo que diga su vecino, hablante nativo de español, esté mal (mal dicho, claro… Niños, no se dicen palabrotas). Lo siguiente que tenemos que aceptar es que no hay un solo español (estoy hablando de la lengua). Me veo tentada a decir que hay tantos como hablantes, y de estos hay muchos. Pero me temo que hay todavía más. Todos los hablantes somos capaces de manejar diferentes registros, que suelen tener gramáticas ligeramente diferentes. Pero esto ya es harina de otro postal.

    Al grano, pues. Igual que no hay una lengua mejor que otra, no hay ningún español mejor que otro (aquí vale para lenguas y personas; al menos en teoría). Porque todos los hablantes nativos podemos expresar todo lo que queramos con nuestro español respectivo. El español que la RAE ha elegido, en primer lugar, no existe. Bueno, vale, puede que exista, pero no es una lengua natural, pues no es la lengua materna de nadie. Y, en segundo lugar, no tiene ninguna propiedad que lo haga mejor español que otro, porque ya hemos dicho que no existen tales propiedades. Es el más prestigioso socialmente, sí, y conocerlo y manejarlo adecuadamente da puntos en las entrevistas de trabajo, las conferencias y, muy especialmente, al escribir. La lengua que usamos nos etiqueta, entre otras cosas porque siguen tratando de convencernos de que unas son mejores que otras. Pero también porque dice cosas sobre nosotros: de dónde somos, nuestra franja de edad o incluso puede reflejar algunas de nuestras ideas políticas. Por eso está bien saber qué registro usar en cada situación. Pero más importante es que sepamos que ninguno de los registros que elijamos está mal, es peor o nos supone poca inteligencia. Es muy típico  eso de proteger muchísimo los derechos del catalán y luego decir que los andaluces no saben hablar. Que es más o menos lo mismo que decir eso de “Yo no soy racista, pero es que los gitanos son todos unos ladrones, las cosas como son.”

    Cuando me preguntan si algo está mal dicho, suelo decir que ese algo le parece bien o mal a la RAE (si lo sé), para acortar. La otra respuesta es demasiado larga y además no hay muchas situaciones sociales en las que venga bien quedar como una marisabidilla pelmaza. Pero esa otra respuesta, la larga, importa. Importa porque la idea de que unos hablan peor que otros es la base de un tipo de discriminación lingüística: la que se da entre hablantes de la misma lengua y que es tan mala como cualquier otra discriminación, pero no tiene un lobby que lo haga notar. Es de lo más común encontrarse con gente que se queja de lo mal que hablan los demás, con un terrible aire de preocupación. También hay gente, y esto me parece mucho más dramático, que cree que habla mal su propia lengua. Gente a la que han convencido de que sus palabras valen menos que las de los demás. Fíjense que es lo mismo que convencer a una mujer de que vale menos por ser mujer, por poner un caso hipotético. Y luego está mi grupo favorito; los que creen que hablan otras lenguas mejor que los propios nativos. En algunas clases de idiomas se oye (y lo he oído más de una vez esta semana pasada) a alumnos y a profesores decir que algo que ha dicho un nativo está mal dicho, que no se puede decir. Incluso se desaconseja a los alumnos hablar con algunos nativos, porque hablan fatal su propia lengua y no querremos que se nos pegue, por el amor de Dios. Existen alumnos que presumen de corregir a los hablantes nativos de la otra lengua cuando charlan con ellos. No sé a ustedes, pero a mí me parece que corregir a alguien por cómo habla su lengua materna es como ir a una fiesta y decirle al anfitrión que vaya pintas me lleva, que así no se va a una fiesta: absurdo tirando a impresentable.

    It’s my party and I cry if I want to. Faltaría más.