—Amelia, Alonso, Julián. Vengan a mi despacho inmediatamente, tenemos un problema.
—¿Qué ocurre, jefe?
—Pues otra vez lo mismo, un grupo de filólogos intentando cambiar la historia y empeñados en que el ALPI vea la luz.
—¿Qué es eso del ALPI? ¡Cualquier invento del demonio!
—No, Alonso, el ALPI es un libro, aunque no un libro cualquiera… El Atlas Lingüístico de la Península Ibérica. Es un proyecto que diseñaron don Ramón Menéndez Pidal y su discípulo Tomás Navarro Tomás a principios del siglo pasado, para documentar los dialectos hablados en la Península Ibérica. ¡Era un proyecto tremendamente ambicioso! Pero, desgraciadamente, los trabajos de recogida de datos fueron interrumpidos por la Guerra Civil y solo consiguieron publicar un único volumen, ¡en 1962!
—Señorita Folch, como siempre está usted perfectamente enterada, pero esta vez se equivoca en algo… Lo único que fue una desgracia fue que se consiguiera publicar ese volumen, con los enormes esfuerzos que hizo el MInisterio para que jamás saliera a la luz. ¡Dos agentes teníamos, interceptando la correspondencia del equipo! Que consiguieron, por cierto, enfrentar a Rodríguez Castellanos y Sanchis Guarner con mucho acierto. Eso retrasó enormemente las tareas de publicación. Sin contar la cantidad de libros con que mantuvimos ocupado a Moll, ¡tenía tanto trabajo en la editorial que apenas pudo salir a hacer encuestas! Y no me hagan hablar de la parejita Cintra-Otero, aunque miren, esa historia es graciosa, un día con un café se la cuento en detalle: solo les avanzo que yo mismo me ocupé de que el bueno de Lindley entrevistara a unos auténticos zoquetes ante la desesperación de Aníbal. ¡Qué mal humor el de Aníbal!— la mirada de Salvador se pierde en el horizonte.
—Pero, a ver, Salvador, no entiendo nada, ¿nos estás diciendo que el Ministerio ha estado saboteando el ATLI ese todo este tiempo? ¿Pero se puede saber qué nos importa a nosotros un montón de mapas de palabras?
—ESO ES CONFIDENCIAL, Julián. A ustedes les basta con saber que no podemos permitir que sigan estos avances. ¡Casi tuvimos que mandar al mismo Spínola para evitar que ese profesor canadiense, un tal David Heap, encontrara todos los cuadernillos perdidos! Pero al final se empeñó en ir Velázquez y ya ven cómo acabó la cosa: los cuadernillos llevan colgados ya quince años en la red. Pero ahora la cosa pinta mucho peor: un equipo del CSIC, capitaneados por Pilar García Mouton, han decidido digitalizar todos esos materiales ¡y publicar todo el ALPI en línea! Su misión es evitarlo. Irene les explicará el plan, pero no debería costarles mucho. Solo tienen que convencer a un par de funcionarios para que pierdan los documentos adecuados y… ¡adiós, financiación!— la risa de Salvador ya es un poco sádica. —Marchen, marchen, no hay tiempo que perder. Irene, acompáñeles.
—Sí, jefe.
—A ver, Irene, tú tienes que saber qué hay detrás de esto. ¡Sacarnos de nuestro día libre por un libro! ¡Y un libro de filólogos, además!
—Chitón, Julián. ¡Habla más bajo! Bueno, os lo contaré… Pero de esta no os libráis, me temo. Se rumorea que Sanchis Guarner, uno de los encuestadores del ALPI, «coqueteó» (ya me entendéis) con la esposa del ministro de 1935, cuando esta estaba pasando unos días en Adamuz, visitando a unos parientes. Desde entonces este asunto es prioritario en el Ministerio. Así que ya sabéis…
***
¿Será esta la primera aventura fallida de Amelia, Alonso y Julián? Tiene pinta… ¡Ya llegó! ¡Ya está aquí! ¡El ALPI del CSIC!
Uuuuuy, un thriller…¡me encanta!