El lenguaje (que sí es) inclusivo

Este blog comenzó hace casi exactamente diez años con un post sobre el lenguaje inclusivo. Aunque sigo viendo la cuestión de fondo de la misma manera (es decir, no me importa que el masculino sea el género no marcado y sigo usándolo como tal), sí he cambiado mi actitud hacia el tema, entre otras cosas gracias a conversaciones con personas inteligentes, que me han hecho ver otros puntos de vista. Ahora ese post lo escribiría con otro tono, seguramente. Algunas de esas personas me han hecho ver que al lenguaje inclusivo se le da más caña institucional que a muchas otras prácticas discursivas que definitivamente embarran el lenguaje. Para muestra, un botón de la jerga pedagógica:

Como elemento aglutinador prevalece el empleo de tecnologías para reforzar la productividad y la calidad, tanto en procesos como en resultados. La orientación específica del Máster consiste en la mejora de la ejecución práctica de productos y servicios interlingüísticos, especialmente aquellos en los que se encuentren concernidos las aplicaciones informáticas y los procesos de gestión. Se pretende que los egresados alcancen un nivel avanzado de formación y con capacidades para la ejecución de tareas, al mismo tiempo que desarrollen una capacidad de análisis y de orientación a la calidad.

Les juro que no me lo invento.

Otras personas me han presentado los desdoblamientos (los ciudadanos y las ciudadanas, los niños y las niñas, etc.) no como una cuestión de inclusión, sino de visibilización. Aunque, que yo sepa, está por ver si esta visibilización lingüística tiene efectos relevantes en nuestro comportamiento, me parece un matiz importante, puesto que no niega la realidad de que el masculino genérico puede incluir a todo el mundo, independientemente de su identidad sexual, sino que pretende recordarnos, por medio de la mención explícita, que dentro de ese masculino también hay un femenino.

¿Y por qué retomo el tema diez años después? Pues, claro, por la cuestión de la –e, que está desde hace unas semanas en el candelero a raíz de un acto de Irene Montero durante la tranquila y agradable campaña electoral madrileña. La ministra empleó consistentemente “desdoblamientos triples” (¿destriplamientos?), con el morfema masculino en –o, el femenino en –a y, para acabar, con el morfema –e, que podríamos llamar neutro, enseguida explico en qué sentido. A riesgo de parecer la equidistante de extremo centro que soy les diré que tanta pereza me dan los desdoblamientos como fundamental me parece este morfema –e. Y les cuento por qué.

El español, como todos ustedes saben, tiene dos géneros gramaticales: el masculino y el femenino. Los sustantivos, los adjetivos, los determinantes y los pronombres tienen flexión de género, lo que significa que estamos mencionando el género gramatical constantemente. En los sustantivos que se refieren a personas —salvo los epicenos—, el género gramatical está asociado a un significado sistemático: el masculino se emplea para referirse a los hombres y el femenino, a las mujeres. Es decir, este significado parte de un reparto binario de los seres humanos: considera dos únicas categorías. Pero, como sabemos de sobra a estas alturas de la vida, este reparto es insuficiente, porque hay personas que no encajan dentro de estas dos únicas categorías. Y, cuando queremos hablar de alguna de estas personas, el español hasta hace poco nos dejaba en la estacada cada dos por tres, porque cada dos por tres necesitamos poner un morfema de género.

Es decir, tenemos una nueva realidad (o hemos tomado nueva conciencia de una realidad no tan nueva) y necesitamos adaptar la lengua para referirnos a ella: igual que cuando acuñamos las palabras ordenador, mileurista o tuitero para referirnos a cosas que eran nuevas o habían adquirido relevancia social. Si nuestra lengua solo tiene dos géneros y vamos a necesitar hablar de por lo menos otro más, necesitaremos un tercer género que nos lo permita.

A este nuevo género tiene sentido llamarlo neutro, no porque se refiera a personas neutras, sino porque es como suele llamarse al tercer género, que no es ni masculino ni femenino. El morfema –e como índice de este tercer género es seguramente el más adecuado desde el punto de vista de la estructura del español, por la simple razón de que las tres terminaciones vocálicas más comunes dentro del paradigma nominal son la –a, la –o y la –e y las dos primeras ya están cogidas. Es verdad que la –e a veces es morfema de masculino (jefe/a), pero la lengua está llena de morfemas que pueden tener más de un valor. El mayor jaleo se da en el sistema pronominal átono, donde le pasa a usarse en las funciones del objeto directo, pero esto es algo que llevan haciendo los hablantes de Castilla occidental, muchos de sus vecinos y un montón de hablantes americanos siglos ha (le veo en vez de lo/la veo).

Algunos objetan a este razonamiento que el léxico es una cosa, pero que cambiar la gramática es ir demasiado lejos. El léxico es una cosa y la gramática es otra, sí, pero las dos están en permanente cambio. Nuestro futuro de indicativo (iré), que creamos nuevecito (el latín no lo tenía) cada vez es menos futuro, porque tenemos una perífrasis (voy a ir) que le va ganando terreno. Los tiempos compuestos (he cantado, había cantado, etc.) eran muy distintos antes del siglo XV y no se han estado quietecitos desde entonces: en el español andino han adquirido valores evidenciales. Parece que cada vez usamos más el cruce léxico para formar nuevas palabras (amigovio, juernes). Hace veinte años puto solo era un adjetivo, cuando ahora podemos decir me puto encanta tranquilamente, usándolo como adverbio, y ojalá solo admitía verbos en subjuntivo, mientras que ahora ojalá estar en Roma viendo ganar a Nadal es una oración habitual para muchos.

Echando un ojo a lo que se dice acerca de este morfema –e veo que se mezclan muchísimas cuestiones, porque puede emplearse para muchas cosas distintas. Algunos creen que debería ser el nuevo género no marcado, a los que otros responden “que ya tenemos uno”. Otros lo añaden a los desdoblamientos, lo cual es el terror de los defensores acérrimo de la economía del lenguaje. Y es verdad que, para estos casos, la –e no es necesaria (lo que no significa que no deba usarse, cada uno que haga lo que quiera), porque la lengua ya cuenta con recursos para para asegurar que los usos genéricos son inclusivos. Pero la –e es el único mecanismo que tiene la lengua para referirse concretamente a las personas que no se identifican con uno de los dos géneros tradicionales, ya sea en singular o en plural. Y si usted conoce a alguna de estas personas querrá poder hablar de ellas y querrá que ellas puedan hablar de sí mismas. (O, con concordancia ad sensum: Si usted conoce a alguna de estas personas querrá poder hablar de elles y querrá que elles puedan hablar de sí mismes.)

De hecho, la RAE había incorporado el pronombre elle a su Observatorio de palabras, donde recoge información provisional sobre palabras recientes no incluidas en el Diccionario. Lamentablemente, en lo que parece un ejercicio de cobardía, decidió eliminarla porque “generaba confusión”: si la RAE tuviera que eliminar de su página web todo lo que genera confusión no sé cuánto iba a quedar, empezando por ese “La presencia de un término en este observatorio no implica que la RAE acepte su uso”, porque vaya usted a saber lo que significa que la RAE acepte un uso. (Nada. No significa nada.) La RAE hace bien en no quitar acepciones peyorativas que están en uso solo porque algunos se quejen, pero no hace bien en eliminar elle de su Observatorio —que deja muy claro que no supone una inclusión en el diccionario— porque otros se echen las manos a la cabeza.

La descripción del Observatorio de palabras, según la propia RAE

Yo creo que veremos elle en el Diccionario antes de lo que creemos. Porque la lengua nos sirve para hablar de la realidad y la realidad es la que es. Y, por cierto, eso hará que los famosos desdoblamientos dejen de ser inclusivos. ¡La de disposiciones adicionales únicas que habrá que cambiar!

Actualización (18 de mayo de 2020)
Rara vez no apruebo comentarios a las entradas. Esta vez voy a hacer una excepción y no voy a aprobar aquellos comentarios que insulten o patologicen a las personas no binarias. Creo que se puede discutir el tema en otros términos.

7 comentarios en “El lenguaje (que sí es) inclusivo

  1. El artículo está correctísimo. A mi parecer comparto la idea de dejar que cada cuál hablé como quiera. La academia hará lo que tiene que hacer, cuando llegue el momento. Obligar por decreto no consigue la aceptación que se busay la mayoría de las veces. Si es cierto que no comprendo bien lo del no género y creo que es retorcer no solo el lenguaje sino que también se hace por muchas y diferentes razones y muy alejadas de lo que se quiere vender. No existe un tercer género en nada de lo que vive en este planeta y para los seres que son los 2, tenemos ya una definición. El género es algo físico y para cuándo lo cambiamos, aunque sea solo en apariencia, también tenemos nombre. Si es algo sexual o relativo al sexo, también hay en el idioma español, en los demás también, palabras suficientes que aclaren tu postulación sobre el asunto. Así que no veo la necesidad de la polémica y la necesidad de esa «e». Indiscutiblemente

    1. Yo creo que entender que haya personas que no se sientan parte de ninguno de los dos géneros es muy difícil cuando no nos ocurre a nosotros, pero no tengo ningún motivo para pensar que nadie mentiría para meterse en un lío social tan gordo, lo que me hace no dudar de su palabra. (De todas formas, el lenguaje tiene muchísimas palabras para referirse a cosas que no existen, con lo cual tampoco sería un problema…) En cualquier caso, Manuel, mil gracias por escribir un comentario educado y argumentado 🙂 Cada vez que tengo un comentario en esta entrada me pongo a sudar 🙂

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