Tras cinco o seis noches soñando con curvas, palabras, diptongos, pronombres que aparecen y desaparecen y otros temas típicos, acabo de regresar a casa, renovado mi enamoramiento por el norte de España y tratando de recuperar paulatinamente mi uso pleno del pretérito perfecto compuesto. Antes de ponerme a relatar mi impresiones lingüísticas sobre Asturies, necesito dedicarles un par de párrafos a todas las personas que hicieron de este viaje de campo una experiencia inolvidable y que cada uno de los cientos de kilómetros que recorrí mereciera la pena (el paisaje también ayudó en esto, la verdad sea dicha).
En inglés tienen una expresión que me encanta y para la que no encuentro un equivalente adecuado en español: to spend quality time with someone (lit. ‘pasar tiempo de calidad con alguien’). La expresión implica que este tiempo de calidad hace que «se estreche una relación», pero me imagino que esto ocurrirá de diferentes formas para cada uno. Yo siempre he asociado este quality time a buena conversación, esas en las que aprendes mucho: sobre ti, sobre tu interlocutor y sobre la vida, así, en general. Esta semana que pasé entre Cantabria y Asturias fue una semana repleta de quality time, pasado con muchas personas diferentes, casi todos nuevos conocidos que me trataron como a una vieja amiga.
De Asturias, donde pasé más tiempo que en Cantabria, tengo que nombrar a mucha gente: a María Cueto, que me llevó por el oriente asturiano, a conocer a María Luisa, a Vicenta y a su madre; a Elena del Olmo y su tío Manolo, gracias a los que conocí a la familia Suárez, en el extremo occidental; a José Manuel, Alicia y Juan, que me acogieron en su casa como si fuera de la familia y compartieron conmigo Gijón, la cuenca del Nalón y a José Luis y a Georgina. Gracies a todos los mentados por el tiempo que me dedicaron, tiempo con sello de calidad y denominación de origen.
Hareles el favor de resumir mis impresiones como lingüista acerca de Asturias, el asturiano y sus hablantes y de resistir la tentación de escribir largo y tendido sobre cada día en particular… Asturias tienen una variación lingüística fuera de lo común y extremadamente interesante para cualquier filólogo de lenguas romances. El terreno tiene buena parte de culpa de esta tremenda variación: en pueblos separados por pocos kilómetros (pero por ríos o montañas) encontramos formas de hablar muy diferentes. La experiencia de viajar con una experta como María Cueto que te indica por dónde pasan las isoglosas (las líneas imaginarias que separan dos áreas geográficas por cómo se realiza en ellas un rasgo concreto) no tiene precio, igual que no lo tiene ver que lo que aprendiste de asturiano en un sitio ya no te sirve en el vecino.
El paisaje lingüístico asturiano también se ve determinado por la diglosia: cuando dos variedades lingüísticas conviven en una misma área, es habitual que dichas variedades no se usen en los mismo ámbitos, sino que tengan un reparto «contextual». Fue difícil conseguir que me hablaran en los diferentes asturianos, bables o falas (más bien, solo lo conseguimos a ratos). Esto es, claro, lo más normal y lógico del mundo. En primer lugar, yo no lo hablo y, por lo tanto, parece una cuestión de cortesía elemental no dirigirse a mí en una lengua que me va a costar comprender. Pero muy importante también es el hecho de que el bable se usa con gente que conoces, con la que tienes confianza. Por eso, aunque una forastera como yo insista en que le interesa oír el auténtico asturiano, no es tan sencillo: para oírlo, hay que compartirlo. El bable se parece al quality time con el que empecé hoy: se saborea en compañía y debe ser correspondido.