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Entre nortes anda el juego

Gracias a Bea, a Fernando, a Iago, a Iria, a Cristina, a José Antonio, a Lucía, a Raquel, a Rodrigo, a Laura, a Míkel, a Conchi, a Borja, a Ekaitz, a Julio, a Javier, a Che, a la mamma y el pappa, a José, a Concepción, a Dolores, a Áurea, a Jesús, a Marcial, a Miguel, a Aurelia, a Benilde, a Juani, a Raúl, a Manuel, a Ricardo, a José Antonio y a José Antonio, a José Miguel, a Isabel, a María, a Rosario, a Evelino y a Juan

En las últimas tres semanas (o eso creo, empiezo a perder la noción del tiempo desde que no se mide en kilómetros) he estado de encuestas por Galicia y unos cuantos lugares del norte de España. Así que apenas he encontrado tiempo para escribir las entradas de rigor.

En el viaje de Galicia, nos pasamos Google Maps: ya no deja poner más letras
Tampoco nos quedamos muy cortas en el viaje del -llamémosle- nororiente –y que me perdonen los catalanes–

Recuerdo vagamente haber prometido una palabra por cada pueblo visitado, pero me temo que mis promesas no valen un pimiento y que tendrán que conformarse (lo sé, lo sé, LO SIENTO) con un poco menos, aunque sólo por ahora. Les compensaré en cuanto me ponga a transcribir los millones de horas de grabación (según los organizadores, tres horicas según el gobierno) que estoy juntando.

Para no ser tan horrible, les dejo un pequeño aperitivo. En el cuestionario que realizo para completar los datos de mi tesis siempre me llama la atención que algunos campos semánticos parecen prestarse más a la diversidad léxica que otros. Por ejemplo, suelo encontrar muchas de palabras para golpe dado con la mano a una persona (además de las típicas torta, sopapo, bofetón), mientras que otras acciones, como nadar o sentarse suelen ser… eso, nadar o sentarse. Las palabas para tortazo me las reservo para cuando esté transcribiendo, pero les traigo otras. ¿Saben ustedes las cotillas, curiosas, correveidiles, chismosas…? Suelo recibir respuestas dispares cuando pregunto por ellas y he descubierto algunas palabras que no conocía: conterilla (en Cádavos, Orense); alparcera (en Épila, Zaragoza) y avrigoada (o algo que se pronuncia parecido, pero que no tengo ni idea de cómo se escribe, en Laxoso, Pontevedra). En Ribaforada (Navarra) emplean alcahueta, (que no me era desconocida) y al preguntar por ella en Épila (a apenas 64 km), resultó ser demasiado grosera.

Una última cosa: ¿recuerdan que en Quintanilla de Rueda les daba pena el sol? Pues en Gumiel de Mercado (Burgos), les ofende.

Prometo hacer justicia a toda la gente que sale en el agradecimiento entre la semana que viene y la próxima. Palabra de filóloga.

Desde Hegoalde, por los pelos

El año pasado, en el congreso de la Societas Linguistica Europaea en Vilna, conocí a un profesor que trabajaba en el departamento de política lingüística del País Vasco (cuyo nombre he olvidado totalmente). Recuerdo que, hablando sobre la frecuencia de uso del vasco, mencionó que los jóvenes, incluso los estudiantes del modelo D (en el que la lengua vehicular es el vasco), dejaban de hablar el idioma al llegar a la adolescencia y que incluso consideraban que no lo hablaban bien.

Curiosamente, la semana pasada, en ese mismo congreso, esta vez celebrado en Logroño, oí una charla sobre la situación lingüística de Taiwán. Al parecer, a pesar de que Taiwán ya no forma parte de la República Popular de China, los jóvenes taiwaneses apenas utilizan el min del sur o taiwanés, la lengua materna de sus padres y sus abuelos, y prefieren mayoritariamente hablar en mandarín. A las preguntas de los dos profesores que dieron la charla (Johan Gijsen y Liu Yu-Chang), contestaban que no dominan bien el min del sur.

En mi humilde opinión, cuando un grupo de personas dejan de hacer algo cuando llegan a la adolescencia es porque a ese algo le falta un poco de carisma, de sex-appeal, que no mola, ni chola, ni nada.

Ahora mismito estoy en Fuenterrabía / Hondarribia, provincia de Guipúzcoa. Hoy he hecho dos entrevistas a dos personas que viven en el pueblo, para mi tesis. Ambas bilingües. Acabada la entrevista (que es un cuestionario visual para obtener verbos reflexivos y, por lo tanto, no viene al caso), una de ellas me ha contado cómo de pequeños les enseñaban el español a reglazo limpio y que, por eso mismo, su habla no es muy diferente de la de Madrid. Ha hablado de cómo hay lenguas que, por motivos políticos o económicos, adquieren más poder que otras, con la clara sensación de que era inevitable. Hace tres días, en el congreso del que os hablaba, Orreaga Ibarra, profesora de la universidad de Navarra me contaba, preocupada, que los jóvenes vascoparlantes mezclan español y vasco continuamente, apenas sin darse cuenta.

Sin embargo yo, paseando por aquí, he visto madres hablando con sus hijos en vasco. He visto adolescentes cotilleando (supongo) en vasco. He visto novios diciéndose ñoñerías (supongo) en vasco. He visto matrimonios de diversas edades conversando en vasco. He visto hasta un ciclista dándole instrucciones a su perro en vasco. Y también he visto todo esto ocurriendo en español. También he visto adolescentes hablando indistintamente en vasco y en español, prácticamente una frase en cada lengua. Y una conversación en la que una persona hablaba en vasco y la otra respondía en español. A mí me ha dado la impresión de que existe un bilingüismo absoluto.

Lo que se me viene a la mente es que los responsables de la política lingüística del País Vasco deberían hablar con los adolescentes de, por ejemplo, Fuenterrabía y tratar de saber por qué no abandonan ellos el uso del vasco. Si alguien puede hacer que los adolescentes cambien de opinión, son otros adolescentes. Si los de Irún creen que hablar vasco no es lo suficientemente guay, a lo mejor los de Fuenterrabía les convencen de que sí. Porque, por cierto, es bastante guay. Y si lo mezclan con el español…, pues que lo mezclen. En Paraguay tienen probablemente el mayor grado de bilingüismo de cualquier país hispanohablante y además del guaraní y el español tienen el yopará: la mezcla de ambos.