Archivo de la categoría: móviles

Lo bueno de los apocalipsis

Que el fin del mundo está cerca y que la culpa es de los móviles lo saben hasta los chinos. Y por los chinos me refiero a la OMS, que está tan segura que no necesita ni pruebas para “sugerir” que provocan cáncer. Y de las maldades de que son capaces los móviles vienen avisándonos desde hace tiempo muchos “apocalípticos” (léase puristas) del lenguaje. Sirva de muestra este artículo que hace poco publicó la Fundéu [actualización a febrero de 2021: el enlace de la Fundéu ya no funciona, pero el artículo sigue existiendo: aquí]. Yo, el fin del mundo me lo imagino más o menos así: a causa de los móviles y otros sucedáneos (chats, twitter, facebook…), el lenguaje humano se degradará de tal forma que la comunicación será imposible, así que cuando un asteroide infestado de extraterrestres viles, abyectos y malvados se estrelle contra la Tierra diezmando la población del planeta, los supervivientes no podrán luchar contra los susodichos alienígenas y ¡pum!, se acabó el mundo. Al menos el nuestro. Supongo que los mayas se lo imaginarían parecido.

Vale, sí, acepto que hay algunos detalles que chirrían en esta versión. Por ejemplo, el concepto de degradación del lenguaje en sí es un poco escamante. Como bien dice Pancracio Celdrán en el artículo de arriba «Siempre se ha dicho que antes se hablaba mejor […]». Pero también afirma que esta vez él no se equivoca «[…] pero es que ahora es verdad», así que será cierto, que lo publica la Fundeu. Lo que pasa es que yo me había creído lo de que todas las lenguas están en constante cambio y pensaba el tema de su degradación era un burdo bulo. Para muestra un botón: Nebrija y Valdés consideraban que las lenguas romances eran una corrupción del latín y ayer celebramos el día E hablando de la riqueza y salud del español…

Escamante también es la idea de que un mero sistema de escritura, como es el llamado “lenguaje de los móviles”, vaya a adquirir poder suficiente para asesinar lentamente a las lenguas naturales (ya sean orales o signadas). El poder de la ortografía para influir en el cambio lingüístico es bastante reducido. A la mente solo me viene un ejemplo, el de la pronunciación esdrújula de élite a causa de la tilde que lleva en francés, a pesar de que es aguda en dicha lengua. Y, seamos honestos, como ejemplo no tiene mucho peso, porque es un extranjerismo. Quiero decir, ¿hemos dejado de pronunciar la hache porque alguien escriba arina? ¡Uy, qué tontería, si ya no la pronunciábamos! Pues, ¿hemos empezado a confundir la be (alta, lara o sin más) con la uve (o ve baja, o ve corta) porque algunos escriban bamos? ¡Ay, que no doy con el ejemplo, que ya nos habíamos olvidado de la uve de antes! Bueno, estaré atenta por si percibo que los adolescentes a un teléfono pegados dejan de pronunciar la vocal e.

También me confunde lo de los emoticonos y lo dañinos que pueden llegar a ser. En mi ingenuidad, hasta me habían parecido una buena idea, teniendo en cuenta que (por lo menos) el español no tiene modo de representar gráficamente la entonación, que es una de las claves para comprender una conversación adecuadamente (pensemos en el sarcasmo), entender una broma y saber cuando se habla en serio.

En resumen, me habían contado que la lengua escrita era una mera representación de la lengua oral y que la inmensa mayoría de las lenguas carecen de un sistema de escritura, pero son plenamente funcionales. Es más, como notaba el viernes Pedro Álvarez de Miranda en El debate de la 2: el alifato árabe no suele transcribir las vocales. Desde hace unos años estamos asistiendo a una auténtica revolución de los géneros discursivos, por lo que es lógico que adaptemos nuestra ortografía a las necesidades de algunos de estos géneros. Y el mismísimo Alfonso X utilizaba abreviaturas en sus códices…

Lo que es innegable es que la democratización (palabra de moda) de la escritura y el aumento de la comunicación escrita pueden suponer un aumento de la influencia de la lengua escrita sobre la lengua oral. Y yo, que soy un poco rara y bastante friki, no alcanzo a ver el peligro, sino que lo encuentro interesante e incluso emocionante. No sé de muchos ejemplos y son todos del inglés, pero no me resisto a contarlos.

LOL (‘laughing out loud’) ya se ha convertido en una palabra de pleno derecho. De sigla que funcionaba casi como una acotación teatral ha pasado a ser expresión de regocijo. De pronunciarse como sigla (más o menos /elouel/[1]) ha pasado a pronunciarse como un acrónimo (/lol/). Estoy deseando ver como lo verbalizan y encontrar ejemplos de ‘She was lolling at everything I said’. Otras siglas, como BTW (‘by the way’, ‘por cierto’ en español) o FYI (‘for your information’, ‘para que lo sepas’ en español), que acortan marcadores discursivos muy utilizados y demasiado largos para incluir en un esemese (:D) se han introducido en la lengua oral, de forma que /bitidabeliu/ o /efuayay/ compiten en el habla informal con /baydeuey/ o /foryorinformeison/. En el segundo caso nos hemos ahorrado tres sílabas: no está mal como motivación económica del cambio lingüístico. En el primero, sin embargo, ¡hemos ganado dos! Y aunque algunos se echen las manos a la cabeza gritando /oemyi/ (oh my god > OMG > /oemyi/ ‘oh, Dios mío’) otros nos regocijamos (o nos loleamos) pensando en lo fantástico que sería que dentro de unos años se liste la pronunciación leída de siglas como medio de creación de marcadores discursivos en inglés. Desafortunadamente, no tengo conocimiento de que este proceso se esté dando en español. Puede que alguna adolescente le diga a su amiga /tecueme/ (te quiero mucho > TQM), pero seguramente si lo dice pasados los diecisiete años deje de tener amigas a las que decírselo. De todas formas, en España somos menos dados a las siglas que los anglófonos. Pero quizá en otras zonas hispanohablantes (o en otras lenguas) sean más de siglas y sí que ocurran fenómenos similares, así que si alguien sabe… ¡comenten, comenten!

El viernes, en El debate de la 2, cuando les preguntaron a los invitados por este tema, todos fueron optimistas y decían, resumiendo, que de esta no nos morimos. ¡Quién sabe, igual tienen razón!


[1] La representación fonética, entre barras oblicuas, aquí usada es parte del “alfabeto fonético españolizante” internacional.