Estaba yo desesperada porque no me venía la inspiración para escribir mi entrada de junio (es un propósito de año nuevo: escribir al menos una entrada al mes) y han venido Isabel Díaz Ayuso y Toni Cantó a mi rescate. La primera le ha creado al segundo una tal Oficina del Español para que este la dirija y Cantó ha tenido a bien agradecérselo con este tuit:
Claro, si te dan un puesto en lo que tiene pinta de chiringuito público, suele ser mejor que no metas la gamba en el primer tuit que pones y Cantó ha colado un par de comas entre el sujeto y el predicado («la izquierda y el nacionalismo que la arrinconan, no han querido aprovecharlas» y «Madrid, lo hará») y se ha comido las del vocativo («Gracias, @IdiazAysuso, por la confianza»). Triple pecado comil en un tuit. En Twitter ya hay dos facciones, como no podía ser de otra manera: los que se ríen de Cantó por no saber usar las comas (e ir a dirigir algo llamado Oficina del Español) y los que explican que las comas tampoco son tan importantes y que hay muchas otras cosas interesantes de la lengua. Y yo, por fastidiar, no estoy de acuerdo con ninguna de las dos facciones.
Bueno, la primera facción es que me da igual. El que haya puesto bien todas sus comas que tire la primera piedra. Y el que las haya puesto todas mal… que le mande el CV a Ayuso.
Para explicar la segunda facción tenemos que explicar algunas cosas. La primera es la diferencia entre lingüística descriptiva y el prescriptivismo lingüístico. La lingüística descriptiva es, nada más y nada menos, la forma de acercarse científicamente a la lengua. Parte de la base de que cualquier producción lingüística de los hablantes es un objeto de estudio válido. Faltaría más, pensará usted. Pero, sobre todo en épocas pretéritas, el estudio científico de la lengua se mezclaba con posturas prescriptivistas, que son aquellas que sancionan unas formas como normativas o correctas y otras como incorrectas. El acercamiento prescriptivista es aquel con el que están más familiarizados la mayoría de los hablantes, pues es lo que se enseña en las escuelas: «esto es correcto, esto no lo es», etc. Ya expliqué una vez por qué esta idea de (in)corrección es inadecuada, que tiene que ver con el hecho de que la lengua no la ha inventado nadie, sino que la hacemos entre todos, siguiendo principios comunicativos de validez probablemente universal. Pero también explicaba por qué la ortografía es distinta: la ortografía sí es un invento consciente y reflexivo (muy reflexivo, basta echarle un vistazo a la Ortografía de la Lengua Española de 2010, que es un currazo). Este invento tiene el objetivo de facilitar la lectura, es decir, la interpretación de un texto escrito. ¿Por qué hace falta facilitar la lectura? Pues porque la escritura se diferencia de la lengua hablada en dos aspectos importantes: 1) tiene muchas carencias, ya que le falta contexto, entonación, acompañamiento gestual, etc. y 2) presenta estructuras sintácticas mucho más complejas: subordinación más frecuente, muy elaborada, etc.
Por eso las comas y, en general, las normas de puntuación son importantes. Hay que admitir que la puntuación en español es extremadamente compleja, pero, en mi opinión, también es una excusa maravillosa para enseñar sintaxis. Las comas, contrariamente a lo que piensa la mayoría de la gente, no sirven para señalar pausas. O no mayoritariamente. Las comas sí sirven para delimitar elementos sintácticos que interrumpen una oración, como los incisos: «Te confieso, con cierto arrobo, que me ha venido fenomenal esta polémica». También sirven para delimitar constituyentes que podríamos llamar periféricos. Por ejemplo, mientras que las subordinadas sustantivas no se separan con una coma: «Pensaba que no cumplía mi propósito», muchas de las adverbiales sí: «Aunque me estaba estrujando el cerebro, no se me ocurría nada». Las oraciones sustantivas vienen requeridas por el verbo (u otro elemento), pero las adverbiales no están exigidas y además se refieren generalmente a toda la oración. Con los adverbios se ve muy claro: «Lo hizo lamentablemente» y «Lo hizo, lamentablemente» no significan lo mismo: mientras que el primer lamentablemente es un adverbio de modo referido al verbo, el segundo evalúa toda la oración y, por tanto, está más lejos estructuralmente del verbo (el ejemplo es de la RAE). Otro de mis ejemplos favoritos son las comas en las oraciones de relativo. No es lo mismo «El post, que me ha costado tanto, ya ha salido» que «El post que me ha costado tanto ya ha salido». En el primer caso, la oración entre comas es explicativa: estoy hablando de un post que ya tenemos identificado, solo añado información extra sobre él. En el segundo caso, la oración de relativo es restrictiva o especificativa: hemos hablado de más de un post y el que ha salido es el que me ha costado tanto.
Las comas tienen muchos otros usos: como decía, las reglas de puntuación del español son complicadillas. Pero, quitando casos como las enumeraciones («Necesitaremos pan, leche y huevos») o la omisión del verbo («Yo cojo la leche; tú, el pan y los huevos»), diría que la lógica detrás de la mayoría es la misma: delimitar las cosas que no están en su sitio o que no pertenecen a la esfera más cercana del verbo (o de otros núcleos). Sintaxis pura y dura, vamos.
¿Es terriblemente grave que la gente ponga mal sus comas en Twitter o en WhatsApp? ¿Dejaremos de comprendernos? No. En absoluto. ¿Entones las comas no sirven para nada? No, en absoluto. Un cambio que han traído Internet y los teléfonos móviles a nuestras vidas es que ahora escribimos a todas horas y, además, escribimos conversaciones. Estas conversaciones están mucho más próximas a la lengua hablada: suelen estar ancladas a un contexto y, además, presentan poca complejidad sintáctica (frases cortas, poca subordinación, etc.) Por eso un uso no normativo de la puntuación tiene poca importancia y no impide la comprensión. Es más, hemos inventado otras maneras de expresar cosas que antes no se codificaban en la escritura, porque esta no se usaba generalmente para las conversaciones: tenemos emojis, tenemos mayúsculas para gritar, tenemos asteriscos para indicar autocorrecciones… Pero prueben ustedes a leer un trabajo académico en el que las comas han sido desperdigadas al tuntún. Cada dos por tres tendrán que pararse y releer las frases para entender qué se quería decir, colocando mentalmente las comas en su sitio, descifrando estructuras sintácticas a partir de pistas falsas.
Las comas tienen su razón de ser, su corazoncito. Desde luego, no van a salvar el español ni van a hacer a Madrid capital europea del español, signifique eso lo que signifique. Pero le hacen la vida más fácil al lector de textos complejos y, no sé, diría que todos los que escribimos textos complejos queremos hacerle la vida más fácil al lector. Aparte de que son una excusa maravillosa para hablar de sintaxis. ¡Que vivan las comas!
P. D.: La coma también tiene una vertiente prosódica, que sirve sobre todo para diferenciarla del punto y coma o de los dos puntos: mientras que la primera sigue a entonaciones ascendentes, los dos últimos aparecen tras entonaciones descendentes. Pruebe, pruebe. Y también tienen usos más arbitrarios, «estilísticos». Por ahí arriba he colado algún par mínimo… 🙂