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Disculpe, ¿sabe qué hora es?

Ya se sabe que el comienzo del año da ganas de ordenar y poner orden (que no son lo mismo, pero casi) y de eso va precisamente esta primera entrada de 2016, porque tenemos un jaleo montado en español y no es pequeño: ¿a qué hora es cuándo? Resulta que dividimos el día en partes (mañana, tarde, noche, etc.) y también lo dividimos en horas. Y luego no tenemos ni idea de cuáles de las unas se corresponden con cuáles de las otras. Para muestra, un botón: esta encuesta de Twitter que hice en diciembre, en la que se ven con claridad las dos Españas.

Captura de pantalla 2016-01-10 a la(s) 22.00.23¿A qué hora es el mediodía? A la hora de comer (ca. 14h), por supuesto, pero un 35 % de la población parece confuso

No es este un tema baladí, como demuestra el montón de tuits de respuesta que generó mi tuit (y que generan otros parecidos). No tenemos nada claro cuándo es qué en este país, lo que no nos impide desgañitarnos para defender que es cuando nosotros digamos. Y yo soy muy de desgañitarme (por algo tengo un blog), pero también muy de acompañar el desgañitamiento con un gráfico (que me dé la razón, claro), así que he juntado unos cuantos.

Gracias al visor de Ngrams de Google podemos comparar la frecuencia de varias expresiones en un conjunto de textos (de extensión y composición no demasiado bien explicadas) que van desde 1800 hasta el 2000. Es evidente, eso sí, que el caso del español incluye textos de la península y también de América, por lo que los resultados aquí presentados son «panhispánicos» al más puro RAE–style.

Lo que he hecho es muy sencillo: he comparado expresiones tipo «las dos de la mañana» con «las dos de la madrugada» y «las dos de la noche», para ver cuáles son más frecuentes. Y después he hecho un gráfico. Y cuando digo gráfico quiero decir un representación visual espantosamente cutre (y de precision ojodebuencubérica), pero qué quieren que les diga, una tiene sus limitaciones. Antes de enseñarles la cutrez, otra advertencia: en algunos casos es posible que las denominaciones fueran ambiguas (¿puede «la una de la mañana» ser las 13h?) y Google no ofrece fácilmente los contextos concretos para revisarlos, así que nos quedamos con el sentido común (No, no puede). Venga. Va. El gráfico:

Reloj 24 horas relleno

Reloj de 24h ladeado con creativo código de colores. Técnica: spray de Paint. Material: fuente de la imagen del reloj.

Ahora que ya han visto mi obra de arte, vamos a desglosarla un poco, mostrando los gráficos en los que está basada. Pero antes, otra advertencia: me voy a referir a las horas de forma simbólica como 1h, 6h, 18h, 23h, etc., que no deben entenderse como 1h = 1:00 a.m., sino como 1h = 00:31 a.m. – 01:30 a.m. ¿Por qué? Porque, aunque las búsquedas que he hecho son solo con la hora (es decir, sin minutos), lo lógico es pensar que la asociación de la hora con la franja del día se corresponde con todas las expresiones que usan el mismo número en la hora: la una y media, pero también la una menos cuarto.

Volvamos al gráfico, que tiene muchas cosas interesantes. La primera es que algunas horas se asocian con una única etapa del día (las 11h son las once de la mañana y punto), mientras que hay otras mucho más promiscuas y alocadas, como la 1h y las 2h, que pueden ser de la noche, de la mañana y de la madrugada. Como para tenerlo claro.

Otra cosa interesante es ver cómo la frecuencia textual de cada expresión representa icónicamente cómo se van apagando algunas partes del día. Por ejemplo, la madrugada está a tope entre la 1h y las 2h (y nótese que la noche le ha ido cediendo paso en los dos últimos siglos):

01_00

02_00 Pero en seguida empieza a decaer y, aunque aguanta el tipo hasta las 4h, entre las 5h y las 6h está ya en las últimas:

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A la tarde le pasa lo mismo; va siendo susituida por la noche poquito a poco. La noche llega desde las 19h, suponemos que por influencia del invierno (aunque nótese que en el siglo XIX ya asomaba —poco— desde las 18h), y llega pisando fuerte, porque la tarde apenas resiste hasta las 20h y, en cuanto nombramos las 21h, desaparece:

18_00

19_00

20_00

21_00Con la noche ocurre más de lo mismo: empieza a decaer a las 24h y colea apenas durante un par de horas más, como se veía en los gráficos de la 1h y las 2h de arriba. Hay, además, una diferencia muy interesante entre las 24h y las 12h: las doce de la medianoche (o de la madrugada) no lo dice nadie, pero las doce del mediodía es todo un hit (reciente, eso sí):

24_00

12_00

Eso sí, me apuesto el cuello a que todos tenemos clarísimo que la medianoche es a las 00:00, pero lo de que el mediodía sea a las 12:00 ya hemos dicho que no lo tenemos tan claro. Es más, hay casos de la una del mediodía (aunque también muy recientemente y escasísimos, la verdad). Todo muy lógico.

13_00

De hecho, si miramos nuestro bello gráfico atendiendo a las partes del día y no a las horas, resulta un auténtico disparate. Para empezar, nuestras mañanas son larguísimas. Empiezan a la 1h y acaban a las 13h. ¡Doce horazas! ¡Medio día entero de mañana! Para que luego digan que somos gente nocturna. Nótense las consecuencias rematadamente absurdas de esto: resulta que ¡apenas dormimos por la noche! Según esto, si usted se acuesta a la 1:00 y se levanta a las 7:30, se ha acostado de madrugada y se ha pasado más de la mitad de la mañana durmiendo. PERO SERÁ VAGO. Y la tarde empieza a las 13h y la noche acaba a las 2:00. Perdonen, pero me da la risa.

En conclusión, resulta que tenemos, por un lado, las partes del día, que asociamos a algunos actos clave —solares y de nuestra rutina, con los consecuentes desajustes—: la mañana empieza al amanecer y acaba a la hora de comer; la tarde empieza a la hora de comer y entre ambas pasa a toda prisa el mediodía; luego tenemos esa franja difusa que es la tarde–noche, entre que salimos del trabajo y cenamos; y, después de cenar, entonces sí, ya es de noche hasta que amanezca (aunque si nos acostamos tarde pillaremos a la madrugada). Por otro lado, sin embargo, asociamos las horas del día a estos nombres (menos a la tarde-noche) siguiendo criterios parcialmente distintos, quizá porque las horas están repes y hay que saber cuál de las dos siete son (sobre todo para poner el despertador), para lo que convienen nombres bien claritos, aunque luego su parecido con la realidad sea casi mera coincidencia (madrugar no es levantarse a la 1:30, sino a las 6:00. O las 7:00. O antes de las 10:00 si es fin de semana). De hecho, la RAE da dos definiciones de mañana, que se corresponden con estas dos posibilidades:

  1. Parte del día comprendida entre el amanecer y el mediodía, o la hora de comer o almorzar.
  2. Parte del día comprendida entre la medianoche y el mediodía.

(En uno de sus alardes de coherencia, da una única definición de noche: «Parte del día comprendida entre la puesta del sol y el amanecer».)

Resumiendo, que lo de poner orden no era tan fácil, porque hay varios órdenes coexistentes. Y ahora no me vengan con que lo que pasa es que soy una desordenada: YO SÉ PERFECTAMENTE DÓNDE ESTÁN MIS COSAS, AUNQUE TENGAN OTRAS MIL COSAS ENCIMA. Y ahora ya sé de dónde me viene.

Los titulares y la máxima de relevancia

Ya, sí, ¿no digo nada en más de un año y hago dos entradas seguidas? Pues sí. Soy así. Imprevisible. Un espíritu libre, sin ataduras a las reglas de la lógica ni de la rutina. Una plasta, vamos.

Bueno, al lío, que voy a ser breve. Ayer se publicó la siguiente nota de prensa de la Universidad de Nueva York. Si os da pereza pinchar, no pasa nada, que pongo foto:

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El titular no está bien pensado, claro: decir que un equipo de investigadores (¡neurocientíficos, si se sigue leyendo!) han demostrado que Chomsky tiene razón te asegura que toda la comunidad lingüística pinche en tropel. Pero lleva trampa. Una trampa bastante gorda, además. La cuestión es que la idea central de Chomsky, y también la más debatida, la que hace que todos pinchemos en tropel a ver si lo han demostrado de verdad, es que esa gramática (o parte de ella) que está en nuestra cabeza está ahí desde que nacemos. Desde siempre. Es innata. Esa es la base de lo que dice Chomsky y con la que mucha gente no está de acuerdo.

El artículo (que podéis leer aquí) es interesantísimo, pero no demuestra nada de eso. Demuestra (dizque, yo no puedo evaluar trabajos de neurociencia) que nuestro cerebro distingue la existencia de distintos niveles de estructura (concretamente, sílabas, sintagmas y oraciones). Esto es una preciosidad, claro. Ver las fronteras de los sintagmas en las frecuencias de los impulso eléctricos del cerebro. Una maldita maravilla.

Pero no da la razón a Chomsky. Bueno, o sí. Pero no solo. La existencia de distintos niveles de estructura es ampliamente aceptada por la mayoría de los lingüistas (y supongo que todos admitimos que los tenemos dentro de la cabeza y no en el bolsillo trasero del pantalón o en la uña del dedo meñique). Y es una idea bastante más antigua que Chomsky. Miren qué bien lo expresaba Bello en su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, allá por 1847 (la negrita es mía):

«La palabra dominante en la oración es el sustantivo sujeto, a que se refiere el verbo atribuyéndole alguna cualidad, acción, ser o estado. Y en torno al sustantivo sujeto o al verbo se colocan todas las otras palabras, las cuales, explicándose o especificándose unas a otras, miran, como a sus peculiares últimos puntos de relación, las unas al sustantivo sujeto, las otras al verbo».

Titulando como titulan, sin embargo, uno lo lee rápido, piensa: «Hala, Chomsky tenía razón» y «¡Además lo dicen científicos de verdad!» (como bien me ha apuntado Paula esta mañana) y tuitea, así, a lo loco:

Captura de pantalla 2015-12-08 a la(s) 20.20.01

Y, claro, no.

Un poco como si alguien titulara una noticia: «La Biblia tenía razón: demuestran con restos biológicos que Jesús existió». Por la máxima de relevancia, que dice que no solemos decir cosas que no vienen a cuento, y teniendo en cuenta que hay poca duda de que Jesús, efectivamente, existió, seguro que alguien tuitearía a toda prisa: «La Biblia tenía razón: demuestran con restos biológicos que Jesús era el hijo de Dios». Y, claro, no.

#sintatlas BCN

¡Hola, holita, lingüíferos míos!

Más de un año sin escribir, pero con una buenísima excusa: a principios de 2015 «me encerré» para acabar la tesis y ¡misión cumplida! Ya está depositadita y pendiente de defensa. Como propósito de año nuevo quiero volver a ponerme las pilas y actualizar con cierta regularidad y, por ahora, voy a ir desempolvando el sitio poco a poco. Para ir abriendo boca, os dejo aquí el storify de un workshop en el que estuve hace dos semanas y disfruté muchísimo. El workshop («La información sintáctica en los atlas lingüísticos. Antecedentes, aplicaciones y perspectivas») lo organizaban Ángel Gallego (UAB) y Francesc Roca (UG) y lo tuiteamos mucho y bien, así que si el tema os interesa encontraréis cosas muy interesantes.

Como no me acaba de convencer cómo queda esto en el blog, os dejo aquí el enlace a la web original, que es mucho más mona (para qué nos vamos a engañar).

Sobre la definición de «gitano» en el DRAE

La publicación de la última edición de la RAE ha causado indignación en el pueblo gitano. La Academia ha eliminado la que era la cuarta acepción de gitano en la 22ª edición del diccionario («Que estafa u obra con engaño«), pero ha añadido una nueva, la quinta en esta 23ª edición, que reza «Trapacero«.

La Asociación de Gitanas Feministas por la Diversidad ha pedido a la RAE que elimine está acepción, por considerar que es racista y que la Academia legitima este racismo al incluirla en su diccionario.

Entiendo gran parte de esta indignación. Intento no ser racista (y sí, digo intento, porque hemos nacido en un mundo racista, que nos ha dado concepciones racistas sin que lo hayamos pedido). Pero en este caso creo que la indignación está mal canalizada. Me explico.

 ¿Es racista la definición de gitano de la RAE?

No.

La definición no es racista, pues no atribuye esos comportamientos al colectivo gitano. Es una definición impecable desde el punto de vista lexicográfico: utiliza un adjetivo sinónimo para definir otro adjetivo. Y ya. Nada más.

Lo que es racista es el origen de esa acepción de gitano, una asociación de ideas evidentemente racista, igual que lo es la sociedad en la que nació. Una sociedad que ha considerado tradicionalmente que los gitanos estafan, roban y engañan y que ha utilizado el término para llamar al estafador, al engañador y al timador.

Creo que se ve muy claro que la definición actual de gitano no es racista si la comparan con la del Diccionario de Autoridades, el primer diccionario académico. Con su ejemplico ejemplar de Cervantes y todo.

Captura de pantalla 2014-10-31 a la(s) 09.33.14 Captura de pantalla 2014-10-31 a la(s) 09.57.46

(Perdonen, pero no me resisto a hacer un excurso para mostrarles mi definición cargada ideológicamente favorita del Diccionario de Autoridades.) Con todos ustedes, desde 1732 y a cuerpo cinco veces más grande que el resto:

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¿Legitima la RAE este uso racista de la palabra gitano?

La respuesta vuelve a ser no, pero es más difícil de entender, porque mucha gente tiene ideas algo equivocadas acerca de cómo funciona el diccionario. Lo he dicho y lo diré innumerables veces: la RAE no acepta palabras ni usos de las palabras, sino que recoge palabras y usos ya extendidos. Que una palabra no esté en el DRAE no significa que la RAE esté en contra de su uso y que una palabra esté en el DRAE no significa que defienda su uso. Ni la RAE se arroga esa competencia ni tendría nunca esa capacidad de influencia en los hablantes, aunque lo intentara.

Esto explica dos cosas. La primera, que gitano pasó a significar ‘estafador, trapacero’, etc. antes de que la RAE recogiera ese uso y, por lo tanto, nadie necesitó de la legitimación de la Academia para utilizarlo en primer lugar. La segunda, que seguramente casi nadie que haya utilizado alguna vez gitano con ese significado ha consultado el diccionario para saber si lo hacía con el beneplácito de la RAE. Lo ha usado porque lo ha oído. Porque, como hablante nativo, sabe que existe y se usa. Sabe que es español.

¿No sería mejor quitar esta definición del DRAE?

Pues, en mi opinión, tampoco. Para empezar, quitar la definición de la RAE no va a hacer que nadie deje de utilizar esta acepción de gitano, por lo dicho anteriormente. Como ocurre con TODAS las palabras, su significado no depende de lo que diga la RAE (que se lo digan a plausible), sino de los hablantes. Igual que nadie insulta a alguien llamándole gitano tras consultar el DRAE, nadie va a dejar de hacerlo tras consultar el DRAE.

Por otro lado, y esto ya son cosas mías, a mí me parece que borrar esa acepción sería mentir terriblemente. Aunque no es el objetivo de la RAE, el diccionario (cualquiera, en realidad) tiene un valor añadido: el de retratar a la sociedad hispanohablante —por cuanto describe las palabras que retratan a esta—. Podríamos quitar esta definición de gitano, o eliminar judiada o maricón. Podríamos eliminar la acepción de ‘prostituta’ de zorra y la de ‘hombre astuto’ de zorro. Pero eso no nos convertirá en una sociedad menos racista, homófoba o sexista, sino que extenderá un velo que tape nuestras vergüenzas, aunque estas seguirán ahí. Es puro maquillaje. Y mentira. Me recuerda un poco a lo de llamar a Franco valeroso y moderado, por ejemplo. O a lo de que hay cosas sobre las que no se habla.

La cuarta (o quinta en la nueva edición) definición de la RAE no dice nada de los gitanos, pero sí dice algo del racismo de nuestra sociedad. Si bien no estoy segura de que toda persona que utilice la palabra gitano con este significado esté siendo necesariamente racista (sino que puede estar emplendo una palabra con un uso ya tradicional, igual que el que dice le engañaron como a un chino no es necesariamente racista contra los chinos), sí estoy bastante segura de que este uso prorroga el pensamiento racista de nuestra sociedad contra los gitanos. Igual que utilizar como una chica como sinónimo de ‘mal’ hace esto:

Pero, para mi gusto, quitar esa acepcion del DRAE no solucionaría nada. Lo mejor a lo que podemos aspirar, me parece, es a que pronto haya que añadirle la marca «desus.«, ‘desusado’. Entonces la definición diría otra cosa: diría que fuimos racistas, pero que ya lo somos un poco menos.

Claro, que para eso tendríamos que dejar de serlo. Hale, ya me he puesto dramática.

Suiza is different

El panorama lingüístico de Suiza es una de esas rarezas de este país que uno no sabe bien cómo tomarse. Seguro que todos ustedes saben que Suiza es un país multilingüe. Y seguro que saben que el alemán, el francés y el italiano son lenguas oficiales de Suiza. Ya no estoy tan segura de si todos sabrán que también lo es el romanche, porque imagino que muchos ni sabrán qué es eso del romanche. Vayamos por partes.

Pues sí, Suiza es un país multilingüe, con cuatro lenguas oficiales. Lo es de una forma muy distinta a España, donde el español es oficial en todo el estado y tenemos regiones monolingües y regiones multilingües, que tienen otras lenguas oficiales además del español.

Suiza en cambio es un país «multi-monolingüe» (claro, que solo en lo que se refiere a la oficialidad de las lenguas, porque esta gente habla tropecientas): la mayor parte de los cantones tienen una única lengua oficial y aquellos que tienen más de una suelen repartirlas en diferentes distritos o comunas (¿concejos?) monolingües. Así, en el cantón de Zúrich la única lengua oficial es el alemán, mientras que en el Valais lo son el alemán y el francés, siendo oficial el alemán en el Alto Valais y el francés en el Bajo Valais.

Hay, sin embargo, algunos casos de bilingüismo oficial. La ciudad de Friburgo, por ejemplo, es bilingüe de francés y alemán y casi todas las comunas del cantón de los Grisones —el único trilingüe, por cierto— que tienen el romanche como lengua oficial lo acompañan del alemán.

Hasta aquí la parte de información general, pero lo verdaderamente interesante y peculiarísimo del asunto radica en otra cuestión. Lo apasionante del tema, lo que le deja a uno un poco a cuadros, es que tres de las cuatro lenguas oficiales suizas no son, en realidad, lenguas nativas de Suiza. Y sí, estoy hablando del alemán, del francés y del italiano.

«¿Pero qué invento es esto?» se preguntarán con los ojos clamando al cielo y agarrándose la melena colorada. Pues que la vida es muchunga. Muchunga, muchunga. ¡Al wikimapa!

Sprachen_CH_2000_frLenguas oficiales de Suiza. Fuente: Wikipedia, claro.

 Esa zona verde de la izquierda, digo, del oeste, es la Suiza romanda, cuya lengua oficial es el francés. Pero miren este otro wikimapa:

Romance_20c_esLas lenguas romances en Europa. Fuente: también Wikipedia.

¿Ven el número 10? Es el franco-provenzal o arpitano, que no es francés, sino otra cosa. Parecida, claro, igual que el asturiano se parece al gallego, pero distinta. Quizá les sorprenda ver tantos colorines en Francia, ya que solo tiene una lengua oficial (el francés), pero lo cierto es que en ella se hablan tradicionalmente unas cuantas lenguas, como el occitano, el franco-provenzal, el catalán, el bretón, el vasco… La mayoría son lenguas romances, cuyo origen es idéntico al del gallego, el asturiano, el español, el aragonés y el catalán: son evoluciones in situ del latín que han ido divergiendo entre sí. Es decir, igual que el gallego, el asturiano, el aragonés o el catalán no son dialectos del español; el franco-provenzal, el gascón o el occitano no son dialectos del francés. Sin embargo (y en España sabemos algo de esto), las consideraciones lingüísticas suelen tener poco que ver en el reconocimiento político de las lenguas. En Francia, por desgracia, sigue gozando de cierto prestigio la idea de que solo están el francés y el francés mal hablado. Y Suiza, a pesar de ser zona tradicional del franco-provenzal, oficializó el francés como lengua de la Suiza romanda.

¿Y qué pasa con el italiano? Pues parecido. En Italia el jaleo lingüístico tampoco es pequeño (al mapa me remito) y si conocen a algún italiano seguro que le han oído decir que eso de que él normalmente habla dialecto. Bueno, dialetto (agitar la mano con los dedos apretados hacia arriba). Es un poco la misma idea: esos dialectos que hablan muchísimos italianos en su vida diaria son evoluciones in situ del latín, a las que se superpone el italiano, la lengua oficial de Italia —aunque desde 1999 se han oficializado un buen número de otras, entre ellas el catalán, que se habla en El Alguer, en Cerdeña—. Un poco como si un gallego te dijera que él en casa normalmente habla en dialecto, pero que contigo ya se pasa al español —que sería la lengua, por oposición—. Si se fijan en el mapa anterior verán que el 14, el «italiano» que se habla en Suiza, no está ni siquiera dentro de la familia italorromance, en la que se incluyen el italiano de toda la vida —cuya base es el toscano literario medieval, qué bonito, tú— y las variedades romances que se hablan al sur de la línea Spezia-Rimini (del 16 para abajo en el mapa). ¡El «italiano» de Suiza forma parte de la familia galo-itálica! Vamos, que en Suiza el italiano es la lengua oficial de una zona en la que tradicionalmente se habla en realidad una variedad lombarda, que ni pertenece a la misma subfamilia romance que el italiano.

¿Y el alemán? A estas alturas ya se olerán que ídem. Es probable que también conozcan a algún alemán —sobre todo si han pasado por Mallorca o la Comunidad Valenciana— y que también les haya dicho que la mitad del país habla normalmente en Dialekt. Con eso se refieren a algo razonablemente alejado del Hochdeutsch, esa lengua endiablada que aprende el español en paro y el suizo que llega a primero de primaria. Para que se hagan una idea, la gente dice que los de Hannover son los que hablan un alemán mejor (léase ‘más cercano al Hochdeutsch‘). Si le echan un vistazo al siguiente mapa verán que Hannover queda pelín a desmano de Suiza y es que aquí, amigo, se habla una cosa totalmente distinta. La prueba es que, cuando pones cara de confusión ante la interpelación de un viandante, enseguida te pregunta muy educado «Hochdeutsch oder Schwizerdütsch?» y así ya eliges tú tu tortura, digo, aventura particular.

Continental_West_Germanic_languagesVariedades germánicas occidentales, que forman un continuo desde Flandes hasta Suiza. Fuente: ¡Wikipedia!

En resumen, Suiza, ese país que se precia de ser bien diferente de su entorno, oficializó la lengua de prestigio de aquellos países en los que también se hablaban las variedades habladas en Suiza, en vez de oficializar las variedades habladas en Suiza. Es algo así como si en Andorra, donde se habla catalán, hubieran hecho del español su lengua oficial. ¡Qué oportunidad perdida de resaltar algunas singularidades más! Pero para eso nos queda el romanche, la única lengua oficial suiza que es, de verdad de la buena, suiza. Un conjunto de hablas romances habladas en los valles alpinos de los Grisones, cuya existencia es desconocida para el común de los mortales, para que cuando este coja un vuelo de Swiss y mire la pantallita que le da la bienvenida se diga «Inglés, alemán, francés, italiano y… ¿pero eso qué es?». Pues… the true stuff, qué va a ser.

A modo de epílogo. Por lo que sé, la vitalidad del franco-provenzal ahora mismo en la Suiza romanda es… poco vital y el francés (un francés asuizado, claro) le va ganando la partida. Esto, sin embargo, no es una consecuencia inevitable de tener un modelo de prestigio exógeno: las diferentes variedades del alemán suizo se encuentran en perfecto estado de revista. Más bien, parece que la falta de un estándar basado en una variedad autóctona es lo que hace que sigan hablándose y transmitiéndose todas ellas tan ricamente. Sobre la vitalidad de las variedades lombardas, no tengo mucha información de primera mano, pero parece que también sobreviven bastante bien.

Tenemos que hablar

Tenemos que hablar. Ya. No podemos seguir así. Están ustedes fatal de la RAE.

 Prólogo

Antes de ir al meollo, empecemos con un par de ideas básicas que nunca nos enseñaron en la escuela.

Primera idea básica: Las lenguas, el español, el francés, el wolof, el bahasa indonesia…, no las ha inventado nadie. Nadie diseñó unas reglas y un vocabulario que almacenó en un libro, una caja o un arca. Y cuando usted aprendió su lengua materna nadie se la enseñó pacientemente. Las lenguas son productos de la interacción entre los miembros de una comunidad (ustedes mismos, por ejemplo) y se adquieren de forma natural en los primeros años de vida, a partir de los estímulos lingüísticos del entorno —abundé un poco en esta idea aquí—. Lamentablemente, lo que cuentan en las escuelas normalmente presupone lo contrario.

Segunda idea básica: La escritura, sin embargo, sí la ha inventado alguien; con el objetivo de representar la lengua hablada. Es decir, la ortografía y la lengua tienen naturalezas diferentes. ESTO ES IMPORTANTÍSIMO.

Estas ideas básicas son muy sencillas, pero mucha gente parece no entenderlas. O negarse a entender sus consecuencias. Hay gente que se empeña en ser cazurra, especialmente cuando cree que eso le confiere legitimidad para insultar.

 Lo gordo

¿Qué es la RAE? ¿Qué hace la RAE? ¿Para qué sirve la RAE? ¿Manda en el español? ¿Y, si lo hace, por qué narices lo hace? Veamos.

Existe una cosa llamada la lengua estándar. La lengua estándar es una variedad de una lengua —las lenguas se componen de innumerables variedades, aquí conté un poco—, pero tiene unas características algo peculiares. En cierto modo es la única variedad que es un poco inventada. No la habla nadie, en realidad. No se corresponde con ninguna otra variedad de la lengua, sino con una mezcla de algunos rasgos de varias. Es un corta-pega, un collage.

Las lenguas estándar suelen surgir de forma más o menos natural cuando una lengua dada empieza a escribirse y consisten en una serie de normas codificadas, que pueden atañer tanto a la pronunciación como a la gramática o al léxico y la ortografía. No solo pueden, sino que suelen.

Pero si la lengua es de todos, ¿quién se encarga de codificar estas normas? Bueno, depende, claro. Pero los codificadores siempre tendrán algo en común: ser gente educada, culta. «¡Pues fenomenal! Por fin algo de lo que se encarga gente preparada», ¿no? Bueno, espérese un momentito. Ahora mismo el acceso a la educación en España no es uno de los rasgos más determinantes en el acceso al poder (de cualquier tipo), porque es un acceso bastante universal. Pero la estandarización del español no es de hace unos años, queridos míos. Es de cuando la gente educada y culta era la gente con poder. Poder político, económico, social…

Primero, la RAE no es la que encabezó la estandarización del español. Fue Alfonso X, El Sabio (claro), con la tremendísima labor de producción científica de su escritorio. Así, en el s. XIII el dialecto castellano se convirtió en el elegido entre los romances hablados entonces en la actual España. Este es uno de los primeros pasos de la estandarización: elegir la variedad base. Otro es dotar a la lengua de recursos para aumentar su ámbito funcional, otra de las cosas que hizo sobradamente nuestro monarca, traduciendo y produciendo obras de variadísimas ramas del saber en castellano. Y, aunque sus obras no presentan unas normas lingüísticas absolutamente uniformes y dejan traslucir bastante variedad lingüística, también dio pasos en esta dirección, asentando una ortografía bastante fonológica, por ejemplo.[1]

En cierto modo, la variedad estándar surge como una necesidad del proyecto gigantesco de codificación de Alfonso X y la estandarización no es un objeto en sí mismo de la labor de este. Pero también hay casos de estandarización en los que esta es el objetivo primario de los procesos que la llevan a cabo (piensen en el euskera batúa, por ejemplo).

Pasemos a la RAE. La primera academia lingüística fue la Academia della Crusca italiana y al poco tiempo la siguió la Académie française francesa, a imitación de la cual se creó la nuestra, a principios del s. XVIII. Como tienen todo esto en Wikipedia, les resumo: una panda de hombres notables deciden formar una institución para velar por la lengua, porque ya lo saben, si no la cuidamos, esta se va al garete —de esto también he hablado, soy muy pesada—.

Pero la lengua tiene innumerables variedades, les he dicho antes, ¿por cuál velarán estos caballeros? Parece evidente, ¿no? La suya propia, la de las clases cultas. Es decir, cuando haya dos opciones, elegirán la que use su grupo. Pero las variedades habladas por la gente culta y poderosa, queridos míos, no tiene ningún rasgo objetivo que la haga mejor que las demás. Miren, aquí también hablé de este tema. No puede tenerlos, porque todas las variedades están en constante cambio, atendiendo a dos principios que tiran en direcciones opuestas: los de economía e iconicidad lingüística. Esto es, tratar de decir algo lo más claramente posible usando la menor cantidad de recursos posibles. Pero no hay una única posibilidad, hay muchas. Muchísimas.

Pero si la RAE hubiera dicho que la variedad por la que querían velar no era la mejor, no les hubieran hecho mucho caso. Para estas cosas suele venir bien un buen argumento de autoridad, como, por ejemplo, los escritores de renombre —que por aquellos entonces tampoco nacían en humildes chozas—. Otra cosa que vende muchísimo es la idea de la unidad: el español se habla en un porrón de sitios, como ustedes saben. ¡Y no queremos que pase como le ocurrió al latín, que no había nadie cuidando de él y menudo desmadre! (Tanto que degeneró en esta lengua en que escribo, que de repente vuelve a ser digna de cuidar, vaya jaleo.) Pongamos unas normas bien puestas, para que nadie se salga de la vereda y pararemos el próximo corrompimiento.

Hasta aquí los antecedentes históricos, resumiditos y sin matizar, como debe ser. ¿Qué es lo que pasa ahora con la RAE? A grandes rasgos, la veneramos. Con una devoción absoluta. «Pero yo no lo hago», pensará usted. «Si me parece fatal eso que han hecho con las tildes o que otubre esté en el diccionario«.[2] Bueno, eso también es venerar a la RAE, amigo. Enfadarse porque no sigue esos elevados estándares que usted cree que tiene y debe mantener. Ser más papista que el papa, vamos.

La RAE produce varias obras, todas ellas con carácter normativo, aunque en diferentes grados. Leyendo un poco a Yolanda Gándara pueden saber más sobre ellos: aquí, aquí, aquí e incluso aquí. ¿Pero qué significa que tiene carácter normativo? ¿En qué manda exactamente la RAE? Pues solo puede hacerlo en una cosa: la lengua estándar. Las demás variedades son libres como el viento sus hablantes y seguramente harán ustedes muy mal en usar el infinitivo en -d (cantad) con sus amigos, porque les tildarán de pedantes y con toda la razón. La lengua estándar se habla solo en algunas ocasiones, bastante formales, pero es la que se usa casi siempre que escribimos.

Miren, a la escritura le faltan recursos lingüísticos por todos lados (sobre todo porque no permite mostrar la entonación, que es clave en la comprensión del mensaje), por lo que no está mal que haya unas normas que solucionen algunas de estas carencias. En mi opinión, lo más imprescindible en este sentido es la puntuación, pero también es evidente que resulta más sencillo tener unas normas fijas de ortografía, porque aprendemos la representación gráfica de las palabras en su totalidad. Es más sencillo, sobre todo, si no ceceas, ni aspiras las eses y no te digo si no eres yeísta. Porque cuanto más se diferencia la pronunciación de la ortografía más difícil resulta dominar esta —y por lo tanto más cuesta aprender a leer, manejarse en el colegio…—.

De esto se deduce que esa ortografía que tan bien le va a usted le hace la pascua a un montón de niños que no hablan exactamente igual que usted ni tienen por qué hacerlo. Pero esto ya es ponerse muy tiquismiquis. ¿O no?

Iba diciendo que la RAE manda sobre todo en la lengua estándar y, por lo tanto, en la escritura. De hecho, sus obras normativas básicas son sus múltiples Ortografías. El Diccionario (y esto lo sabe cualquiera que se ha leído el prólogo, que no creo que incluya a todos los académicos, por cierto) solo tiene valor normativo en cuanto a la ortografía de las palabras que incluyen. Las palabras que no están en el DRAE pero se usan POR SUPUESTO QUE EXISTEN y no son ni correctas ni incorrectas, porque es un criterio sin sentido. La RAE no va creando palabras para cuando las necesitemos, sino que las va incorporando cuando, en teoría, alcanzan cierto grado de uso. Todos sabemos que en la práctica no es así y me temo a que se debe que la mayoría de los académicos están tan confundidos como los no académicos y, además, más cerrilmente imbuidos de poder. (No, por Dios, don Arturo, ¡cómo voy a estar hablando de usted!) Y la gramática académica, como muestra la de 2010 —a la que solo le faltan las 200 páginas de bibliografía que saldrían si hubieran decidido citar sus fuentes—, apenas tiene voluntad normativa, aunque sí constata qué construcciones son consideradas vulgares, etc.

Eso es, creo, lo que debería hacer siempre la Academia. Hacer una buena labor descriptiva. Constatar qué se usa dónde y qué consideración social tiene. No es la RAE la que impone esta consideración social, sino que esta se debe a que las diferencias sociales existen y la lengua es una de las formas más claras de las que utilizamos para hacerlas notar. Y, por lo tanto, no estaría de más contar con herramientas que nos explicaran qué es vulgar, dónde y qué no lo es también donde. Para que los usuarios (y muchos usuarios de las obras académicas son extranjeros, les recuerdo) pudieran evitar algunos usos en algunas situaciones en las que no les iba a beneficiar (una entrevista de trabajo, por ejemplo). O para que entendieran la naturaleza de estos juicios sobre las variedades lingüísticas.

Porque la lengua es una de las pocas armas que utilizamos impunemente para discriminar socialmente, y no hablo de la tontería del «compañeros y compañeras», sino de «rebatir» el argumento de alguien porque es leísta o porque comete faltas de ortografía. Qué satisfacción, ¿verdad?, pillar a aquel con el que no estamos de acuerdo en una falta y poderle soltar un «aprenda hablar y ya luego si eso discutimos». Qué bien sienta, insultar desde esa superioridad que tantos creen legítima. No es muy distinto de abroncar a la RAE porque «admite» setiembre o almóndiga. ¡Eso no lo dice nadie! ¡Y si lo dice alguien solo puede ser un paleto de tal calaña que no debemos permitírselo! Hasta que te das cuenta de que te estás metiendo con alguien por su origen social o geográfico y, seguramente, sus posibilidades económicas.

 Epílogo

Hablen como quieran. Saluden con alegría la inclusión de nuevas palabras en el diccionario. No utilicen las normas ortográficas académicas si no quieren hacerlo, pero prepárense para tener sus razones lustradas y afiladas, porque les van a dar la vara. No den la brasa a la gente que no conocen por cómo habla o escribe. Si tienen confianza y creen que agradecerán la información, porque les será útil en el futuro, estupendo, háganlo. Con buenos modales y SIN INSULTAR, peazo zopencos. (Uy.) Sean felices, coman perdices y cualquier otra cosa que les pongan en la mesa, que está feo tirar comida.

[1] Para saber más y mejor del tema, me lean a Inés Fernández-Ordóñez (2004): «Alfonso X en la historia del español», en Rafael Cano (coord..), Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, cap. 15, págs. 381-422.

 [2] Los comentarios a esta fantástica entrada sobre otubre y setiembre son un grandísimo ejemplo del cazurrismo del que le hablaba.

Epistemología por y para principiantes (¿I?)

Normalmente escribo sobre temas bien conocidos por filólogos y lingüistas, para hacerlos accesibles a los que no lo son, pero están interesados. El tema de hoy también lo he escrito pensando en los legos en lingüística, pero es bastante más abstracto y creo que no es un tema tan conocido entre los propios especialistas. Hace mucho que la filosofía del lenguaje desapareció de los planes de filología; no sé si habrá estado alguna vez en los de lingüística y dudo que la filosofía de la ciencia haya sido jamás parte de alguno de estos planes de estudios. Hace poco me dijeron que la filosofía era una magufada: tan ignorada está en los planes de estudio que existe gente que no sabe que es la base de todo nuestro conocimiento. Así que he escrito esto, como un primer acercamiento a la epistemología, aunque no soy en absoluto experta en el tema. Es decir, cualquier enmienda, corrección, comentario o inicio de discusión serán más que agradecidos.

Más de una vez he dicho en el blog que la lingüística es una ciencia. Cuando decimos ciencia, todos pensamos inmediatamente en la física, las matemáticas, la biología… Y parece claro que estas disciplinas no se parecen en nada a la lingüística, ¿no? ¿Entonces…?

Su epistemólogo hermenéutico de cabecera le explicará que lo que ocurre es que hay diferentes tipos de ciencia según la naturaleza del objeto del que se ocupen[1]. Podemos hablar de tres tipos distintos de objetos: 1) los objetos naturales, de los que se ocupan ciencias como la biología o la física, que estudian el funcionamiento del mundo tangible; 2) los objetos formales, que son pura forma, sin estar asociados a ninguna materia (por ejemplo, las matemáticas), y 3) los objetos culturales, que son producto de la actividad humana. La distinción entre tipos de objeto se basa en la relación entre los conceptos aristotélicos de forma y sustancia, pero tampoco nos vamos a poner estupendos, que con esto ya nos vale.

Esta cuestión no es en absoluto baladí: la forma de explicarlo (esto es, de hacer ciencia) depende absolutamente del tipo de objeto. Las ciencias naturales trabajan asumiendo que existen leyes universalmente válidas y que, en idénticas condiciones, la ocurrencia de una causa conllevará siempre el mismo efecto. Es decir, la reproducibilidad es un requisito imprescindible: si repetimos el experimento y no funciona, o el experimento está mal repetido o la ley no es válida. Punto. Cuando un ácido va por ahí y se encuentra con una base, tendrá lugar una reacción de la que saldrán una sal y agua. Siempre. Encontrar y describir esas leyes (y las relaciones entre ellas) es el objeto de las ciencias naturales.

Las ciencias sociales, las que se ocupan de los objetos culturales, no pueden partir del mismo punto, pues deben contar con un factor ausente en las ciencias naturales: la voluntad humana. Nuestro libre albedrío. Cuando intentamos explicar el comportamiento humano, podemos encontrar tendencias generales, pero de ningún modo universalmente válidas, porque, ante la misma situación, Liboria Casas y Encarnación Aragoneses, por ejemplo, pueden actuar de formas distintas. Estos comportamientos son los que deben explicar las ciencias sociales, para lo que deben acudir a una explicación racional o intencional, que parte de la base de que todas nuestras acciones son racionales (en cuanto a que son las que creemos óptimas para lograr el fin que tenemos en mente). Es decir, tratan de encontrar los motivos detrás del comportamiento humano, partiendo de la base de que este es racional. Tomemos un ejemplo de la psicología social. El conocido experimento de la cárcel de Stanford, en el que se dividió a los participantes entre carceleros y prisioneros para simular una prisión, suele ponerse como un ejemplo típico de predominancia de la situación sobre el comportamiento individual, según el cual determinadas situaciones provocan el embrutecimiento de sus participantes. Pero los propios informes indican que no todos los sujetos se comportaron igual en el experimento. Y los ejemplos reales —en el experimento todos los participantes sabían que era tal— con los que desgraciadamente contamos de situaciones análogas (como los genocidios en masa) también muestran que no hay un comportamiento homogéneo de toda la sociedad —a pesar de que una alarmante parte de ella se sumara a los genocidios de la Alemania nazi o de Ruanda, por poner otro ejemplo—.

Sin embargo, es importante señalar que existe una tendencia a naturalizar este tipo de explicaciones, presentándolas como tendencias universales ajenas a la voluntad humana (un buen ejemplo es la metáfora de la mano invisible de Adam Smith).

Dejo de lado los objetos formales, porque yo he venido aquí a hablar de mi librongüística y con esto nos vale por ahora. Bueno, pues ¿de qué tipo de objeto se ocupa la lingüística? Ahhh, amigo, es que no es tan fácil. En lingüística encontramos opiniones discordantes al respecto, algo que no ocurre en la mayoría de las disciplinas, en las que la gente sabe qué narices es eso que está estudiando.

¿Y por qué ocurre en lingüística? Por varias razones. La más importante es porque no es tan sencillo clasificar la lengua en esta lista. Parece evidente, por un lado, que la lengua es un objeto cultural, producto de la actividad humana. Los rasgos de una misma lengua pueden variar según parámetros culturales como la clase social, la situación comunicativa… Y no existe una sola lengua, sino que existen varios miles. Es más, está claro que la cultura de la comunidad de habla tiene un impacto sobre la lengua: los innumerables grados de cortesía del coreano o el japonés (que se muestran en su flexión, entre otros) no son sino un reflejo de lo estructurado de su sociedad.

Peeeeero no es tan sencillo. La lengua parece tener algo de natural también. No existe ninguna comunidad humana sin lengua. Y ningún otro animal, ni siquiera los más cercanos a nosotros, es capaz de aprender (ni, por supuesto, desarrollar) un sistema lingüístico tan complejo como el nuestro. Algo debe de haber en nuestro cerebro que lo permita. Además, los procesos y tiempos de adquisición de la lengua materna son similares para todas ellas, por lo que sabemos. Y está lo de los criollos. Vamos, que hay indicios de sobra para que pensemos que el lenguaje, en sentido abstracto, como capacidad humana, tiene un componente cognitivo que lo asimilaría al objeto de la neurociencia o la biología, por ejemplo.

¿Qué hacemos entonces? ¿Es la lengua un objeto cultural? ¿O es un objeto natural? ¿O está así un poco entre medias? Hay diferentes escuelas lingüísticas que se inclinan hacia uno u otro lado, lo que tiene importantes consecuencias en su forma de trabajo y en el tipo de datos que usan. Por no abusar, hoy no les voy a hablar de esto último, pero voy a hacer un breve resumen de los fundamentos de cada una de las vertientes.

 

La lengua como objeto primordialmente natural

Las grandes escuelas formalistas, entre ellas la más conocida e importante, la gramática generativa, fundada por Noam Chomsky en los años 50, se decantan por la segunda opción: la lengua como objeto natural. En los comienzos de su teoría, Chomsky consideraba que la facultad del lenguaje es un módulo independiente del cerebro humano y que en él se contenía una gran parte de la gramática, que, atención, nos venía dado. Esta es una hipótesis muy fuerte, que se fue rebajando con el tiempo, ya que el estudio de lenguas muy diferentes entre sí cuestionó gravemente que información tan específica pudiera estar en algún sitio de nuestros genes, ya que muy poca parecía universal.

Ahora la gramática generativa considera que nuestro cerebro solo «viene con» algunos mecanismos (u operaciones) específicos, que estarían en la base de la estructura de todas las lenguas. Aunque es una hipótesis menos fuerte, no debemos olvidar que es una hipótesis y ni la psicología ni la biología han podido demostrar todavía que existan dichos mecanismos. La gramática generativa trabaja asumiendo que existen y dando propuestas de cuáles pueden ser. La idea es que si con alguna de estas propuestas pueden describirse todas las lenguas del mundo, los hemos encontrado. Importante: la gramática generativa se ocupa de la lengua como estructura abstracta, independiente de sus hablantes, y lo que le interesa es conocer cómo es ese módulo lingüístico de nuestro cerebro: la gramática universal.

Poner un ejemplo no es sencillo, porque la gramática generativa emplea un formalismo muy elaborado para describir el funcionamiento del lenguaje. A partir de unas «reglas del juego» (previstas a priori dentro de la teoría), trata de describirse la estructura lingüística encontrando principios generales y universalmente válidos. La validez de una determinada regla no solo depende de que se corresponda con el comportamiento de la lengua, sino de su encaje dentro del resto de reglas.

Es un poco abstracto, lo sé, voy a intentar poner un ejemplo sin todo el formalismo. Durante mucho tiempo, la gramática generativa defendió la existencia del parámetro de sujeto nulo. La idea era que había dos tipos de lenguas: las que, como en español, pueden tener una oración sin explicitar su sujeto (Voy a hacer un gazpacho) y las que, como el inglés, necesitan obligatoriamente expresarlo (I want to eat it!, pero no Want to eat it!). Las reglas propuestas para integrar esta doble posibilidad en la gramática universal tenían unas consecuencias que permitían hacer predicciones sobre el comportamiento de las lenguas según de qué tipo fueran.

Así, las lenguas de sujeto nulo (como el español) omitirían el sujeto cuando este no era referencial (no se refería a nadie en concreto): llueve, mientras que las lenguas de sujeto obligatorio (como el inglés) necesitarían pronunciar un sujeto en estas oraciones, llamado sujeto expletivo: it rains. Otra predicción era que las lenguas de sujeto nulo podrían poner el sujeto después del verbo (Ha llamado el cartero), mientras que esto estaría prohibido en las lenguas de sujeto obligatorio (en inglés las oraciones siguientes no son gramaticales: Has knocked the postman, It has knocked the postman o There has knocked the postman). No sé si me explico, la idea era que todas estas propiedades debían ir juntas en cada lengua, pues la estructura propuesta así lo preveía. No funcionó, pero, bueno, pillan cómo va el tema, ¿no?

Como les decía, esta es una de las escuelas más importantes dentro de la lingüística, si no la más importante. Aunque desde hace años se percibe un cambio de tendencia (¿les suena?) y otras escuelas van ganando terreno, es indudable que Chomsky revolucionó la lingüística hace 60 años. Parte de su éxito se debió precisamente a que elevó la lingüística a la categoría de ciencia, y además no de cualquier ciencia, sino de ciencia exacta, como la física. La gramática universal no permitía excepciones.

Claro, una de las causas del cambio de tendencia es que no paramos de encontrar excepciones…

 

La lengua como objeto primordialmente cultural

Las escuelas llamadas funcionalistas entienden la lengua como un objeto cultural. La base de estas teorías es que la forma de la lengua (cómo es) depende de su función (para qué es). Es decir, los hablantes pueden modelar lo que dicen según lo que quieren decir. Esto encaja con que las lenguas estén en permanente movimiento: con la variación y el cambio lingüísticos. Son estos los fenómenos que más preocupan a los funcionalistas, que no creen que tengamos un módulo lingüístico específico en el cerebro, sino que toda la lengua que sabemos la aprendemos a medida que recibimos más y más lengua de nuestro ambiente. Es decir, la primera explicación que da un funcionalista de por qué decimos algo como lo decimos es porque así lo dicen en la comunidad en la que nos hemos criado.

La siguiente pregunta, claro, es por qué lo dicen así en esa comunidad y no de otra manera, cuando existen otras lenguas que lo dicen de otra forma e incluso estadios anteriores de la misma lengua en que tampoco era así. Lo que les interesa a estos lingüistas es cómo una lengua ha llegado a un punto partiendo de otro. Por ello, las explicaciones que dan son fundamentalmente históricas y se basan en dos ejes fundamentales:

1) los parámetros discursivos: puesto que empleamos la lengua para comunicarnos, cuando decimos algo lo haremos buscando la solución óptima para que el oyente entienda lo que quiero decir y solo eso y utilizar el menor número de recursos para ello. De aquí salen los principio de iconicidad y economía, que «tiran» de la lengua en direcciones distintas. Volviendo al ejemplo de los sujetos nulos, el principio de economía permite explicar que en español, con una flexión fuerte —es decir, en el verbo ya se ve quién es el sujeto: como, comes, come, comemos, coméis, comen—, no haga tanta falta explicitar el pronombre sujeto —yo como, tú comes, él come, nosotros comemos, vosotros coméis, ellos comen—. En cambio, en una lengua como el inglés, en la que el verbo apenas nos da ese tipo de información —I eat, you eat, he eats(¡eh, una pista!), we eat, you guys eat, they eat—, hace mucha más falta incluir el pronombre, lo que explica que acabara haciéndose obligatorio. Estos parámetros nos ayudan a entender cómo comienza un cambio.

2) los parámetros sociales: los hablantes innovan constantemente, pero no todas estas innovaciones tienen éxito. Y cuando lo tienen, no ocurre que de repente todos los hablantes cambien su forma de hablar, sino que se va extendiendo paulatinamente por toda la sociedad, siguiendo un camino que variará de sociedad a sociedad. No se extiende igual un cambio que empieza en las clases sociales más bajas que uno que comienza en las más altas; a veces son las mujeres las que adaptan más rápido el cambio, pero a veces son los hombres…

Una cosa importante de estas escuelas es que no consideran que la existencia de una posible causa para un cambio sea suficiente. Al contrario de lo que ocurre en biología (o en gramática generativa), que existan unas condiciones iniciales dadas no implica necesariamente que estas desemboquen en el mismo resultado una y otra vez —aunque hay que precisar que tampoco el poder predictivo de las ciencias naturales es ilimitado, sino que depende de la complejidad del acontecimiento—. Por supuesto, encontrar los mismos cambios a partir de condiciones similares en diferentes lenguas apoya una determinada explicación lingüística. Pero son explicaciones que admiten excepciones, claro que sí, porque que un cambio ocurra o no depende de taaaantas cosas, pero, sobre todo, de su aceptación por la sociedad. Y para eso normalmente debe haber tenido la suerte de nacer en los círculos adecuados (también les suena, ¿no?). A algunos les pone tristes que haya excepciones, porque les hace creer que la lingüística es menos ciencia. A otros les gusta, porque esas excepciones nos recuerdan que la lengua no se impone a los hablantes, sino que son los hablantes los que se imponen a la lengua, porque son los que la hacen. Y ellos sabrán cómo quieren que sea. Pero esto no significa que la lingüística no sea una ciencia, sino que no es una ciencia natural.

En cualquier caso, también existen teorías que naturalizan el objeto de la lingüística dentro de las corrientes funcionalistas y que presentan el cambio lingüístico como equiparable a las mutaciones genéticas o como dirigido por una mano invisible. El uso de metáforas y metonimias es común a todas las ciencias. Nos ayudan a comprender y explicar mejor, pero hay que ser consciente de sus límites, para que no nos lleven a engaño. Cuando decimos (¡todo!, revisen el blog, habrá mil ejemplos) la lengua cambia, el español presenta una tendencia a…, estoy usando una metáfora, presentando a la lengua como un individuo independiente. ¡Pero cuidado, que no lo es! Son los hablantes los que cambian su lengua, en una u otra dirección, y pueden revertirla de repente. Y dan más volantazos de los que pensamos.

Agradecimiento y disclaimer: Para escribir esta entrada me han ayudado personas que saben de verdad sobre las cosas de las que hablo aquí. Gracias, Irene, Marta y Araceli. Por otro lado, imagino que se me ha visto un poco el plumero y se me ha notado un poquillo qué corriente es la que más me convence. He intentado no ser injusta con ninguna, pero si algún lector quiere hacer enmiendas, parciales o a la totalidad, tiene por supuesto los comentarios, pero además le invito a que, si le apetece o lo considera necesario, escriba una entrada más detallada para publicarla en Semevadelalengua.

Lo que sigue es una lista de los artículos en los que más me he basado para escribir esta entrada y que creo que pueden servir para ir zambulléndose en el mundo de la epistemología (lingüística), para el que se quede con las ganas:

Itkonen, Esa (2013). «On explanation in linguistics«, Energeia, V, 10–40.

López Serena, Araceli (2003). «Algunos Aspectos Epistemológicos de la Lingüística Contemporánea«, Res diachronicae. 2003. Núm. 2. Pag. 212-220

López Serena, Araceli (en prensa). «Hacia una fundamentación epistemológica no naturalista de la teoría de la gramaticalización», RILCE.

Munteanu, Cristinel (2013). «On the Real Object of Linguistics«, Energeia, V, 43–56.

Newmeyer, Frederick J. (2010). «Formal and Functional Explanation«.

Newmeyer, Frederick J. (2012). «Goals and Methods of Generative Syntax», en Marcel den Dikken (ed.), The Cambridge Handbook of Generative Syntax.Cambridge: Cambridge University Press, 61-92

[1] Atención, si consulta usted a un monista metodológico, le dirá que de distintos tipos de ciencias nada, que todas deben seguir el método de las ciencias naturales y que no es que no se pueda, sino que hay que esforzarse más.

Como en casa, en ningún sitio

¿Se han dado cuenta de la siguiente diferencia?

Voy a casa

Voy a restaurante

Voy a calle

Voy a cine

Voy a oficina

Parece que algo le pasa a restaurante, calle, cine y oficina que no le pasa a casa… Todos necesitan un artículo, pero a casa no le hace falta. Es más, parece que con el artículo dice otra cosa:

Voy a la casa

Voy al restaurante

Voy al cine

Voy a la oficina

Esa casa de ahí no tiene pinta de ser la del hablante, ¿no? Será de otro… (Al menos en español de España, porque hay diferencias en algunas variedades de América.) Ahora miren esto:

Voy a casa

Voy a Lavapiés

Voy a Hinojosa del Valle

Voy a Sudáfrica

¡Casa se está comportando como un nombre propio! ¿Pero qué invento es esto? Bueno, es que la casa de uno es algo especial, claro. Y esperen, que hay más:

I’m going home

I’m going restaurant ✘                                             I’m going to the restaurant

I’m going house                                                      I’m going to the house

I’m going office                                                       I’m going to the office

I’m going Hinojosa del Valle                              I’m going to Hinojosa del Valle

Home en inglés no necesita artículo ¡ni preposición! Es más especial todavía que los nombres propios. A mí (y quizá a ustedes también) en clase de inglés me dijeron que home significa ‘hogar’. Sonaba algo raro, porque nosotros no decimos hogar casi nunca y a ellos no se les cae eso de home de la boca. En realidad home es ‘casa’ en casi todos los contextos, pero como house también lo es, la profe debió de pensar que nos íbamos a liar y nos mintió un poquito. Es que es un poco follón explicar que house es ‘casa’ en la casa y home es casa en… Bueno, en casa, sin más. La de ir a casa o, mejor todavía, estar en casa.

No se crean que estas son las únicas cosas raras que va haciendo casa por ahí. Si saben algo de francés, quizá sepan que tiene una preposición que significa ‘a/en casa de’ (chez). Chez viene precisamente del latín casa. Y cuando lo aprendemos también nos parece un poco raro eso de tener una preposición solo para decir ‘a/en casa de’. Franceses tenían que ser. O… Un momento. ¿Y esto de «Voy encá María» no les suena? A la Academia no le acaba de convencer, pero no me dirán que no lo han oído. Hum. A ver si nosotros también vamos a tener de eso y no teníamos ni idea.

La moraleja es, claro, que como en casa en ningún sitio. Semevadelalengua ha cambiado de casa; quedan algunos muebles por poner y cuadros por colgar, pero vayan poniéndose cómodos…

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And the winners are…

¡Ya tenemos ganadores! Muchas gracias a todos los que habéis participado en el concurso para conseguir las entradas para Lenguando. He recurrido a tres parcas filológicas sin Twitter para tomar la decisión (a las que estoy muy agradecida) y así garantizar la justicia más absoluta en la adjudicación del premio.
Así que las entradas go to…
Trrrrrrrrrrrrrr [redoble de tambor]
¡@axreguero y  @pabloangelvega! ¡Enhorabuena! Disfrutadlas y, sobre todo, tuitead todo lo que aprendáis en los talleres para los que no podemos ir, ¡por favor! (El equipo de Lenguando va a contactar con vosotros para explicaros cómo conseguir vuestra entrada.)

Vivo @lenguando: traduciendo, corrigiendo, editando, transcreando, comunicando, pELEando y jugando con la lengua. ¿Profesión? #Lenguante
— Alexandra Reguero (@axreguero) marzo 8, 2014

Esto @semevadlalengua y el dinero se me ha ido de las manos. Por lo tanto, me gustaría aprender gratis asistiendo a @Lenguando. 😉
— Pablo Ángel Vega (@pabloangelvega) marzo 6, 2014

 Y muchas gracias a @iugarlec, @traducinando, @Univerbum y @EstilografCopor participar en el concurso. Aquí tenéis sus tuits.

Me gusta el lenguado. Me gustan las lenguas. Como no puedo decidirme, intentaré ir a @Lenguando.
— Itziar Ugarte (@iugarlec) marzo 6, 2014

Quiero que @tuitsdegabriel me tome las notas, que con mi filete de @Lenguando quiero otro de mErLEuza con salsa de SEO y Onoma de postre ;).
— Herminia Páez Prado (@traducinando) marzo 7, 2014

Quiero ir a @Lenguando porque será el evento del año, lleno de gente imperdible ¡y será mi cumple!
— Paula González Fdez (@Univerbum) marzo 7, 2014

Ay, quiero ir a @Lenguando porque adoro la lengua, trabajo en ella y con ella, en los talleres participan algunos amigos… y vivo al lado!!
— Estilográficas (@EstilografCo) marzo 9, 2014

Filetes de lenguando, ¡me los quitan de las manos!

¿Ya saben lo que es Lenguando?  Yo se lo explicó en un santiamén. Lenguando es un evento que busca unir, en un trepidante fin de semana, a profesionales de la lengua de todo tipo. Y digo trepidante porque con la cantidad de talleres y la buena pinta que tienen, no da tiempo ni a coger aire. Échenle un vistazo, no se corten: http://www.lenguando.com/. Talleres sobre diccionarios, escritura creativa, traducción, educación, extranjerismos, creación de apps… ¡Y con programa paralelo para niños! Y un cartelón: Concepción Polo, Eduardo Basterrechea, Alberto Gómez Font, Elena Álvarez… Vamos, que hay que ir en grupo para disfrutar de todo y compartir las experiencias durante la merienda. Pero claro, es que lo organizan el Molino de ideas, Cálamo & Cran y Xosé Castro.
 
Lenguando tendrá lugar los días 29 y 30 de marzo (sábado y domingo) en La Casa del Lector —claro—, en el Matadero de Madrid. Y aquí viene lo bueno: en Semevadelalengua regalamos dos entradas para Lenguando. Pero no por las buenas, no, hay que ganárselas. Estas son las instrucciones:
1.     Escriba un tuit con sus razones para ir a  Lenguando. Si no tiene usted Twitter, creo que ya va siendo hora de sucumbir. Lenguando tiene, claro: @Lenguando.
2.     Ponga un comentario debajo (aquí, en el blog) con un link al susodicho tuit y el nombre de su cuenta de Twitter (¡para que le encontremos!). Asegúrese de que su comentario se publica: debe seleccionar un perfil en «comentar como» (el que quiera) y darle a publicar. Parece simple, pero no todo el mundo lo consigue, así que cerciórese de que aparece: es instantáneo.
3.     Ganarán los dos tuits con los motivos más originales. El plazo se acaba el domingo 8 de marzo (incluido enterito). El 9 de marzo serán las deliberaciones y el martes 10 anunciaré en el blog los dos vencedores y contactaré con ellos para informarles de cómo conseguir las entradas.
Así que métanse en el blogde Lenguando, exploren sus talleres, busquen en lo más hondo de su ser y díganle al mundo por qué quieren acudir. Que esta gente tan maja de Lenguando me ha dado el poder de conceder deseos y estoy ebria de poder.